/ miércoles 21 de octubre de 2020

Cubrebocas y esperanza

Las personas advierten con frecuencia que sus vidas privadas tienen una serie de dobleces. Perciben que en sus mundos cotidianos no consiguen vencer las dificultades o resolver los problemas. Y es que la capacidad de cada quien, desde sus ámbitos privados, se estrella cuando las posibles soluciones invaden la esfera privada de otras persona. Al darse cuenta de ello, aunque sea vagamente, deben cambiar su pensamiento y actitud e intercambiar opiniones, ideas, sentimientos, emociones e intereses para poder establecer acuerdos y, en muchos casos, cambiar el sesgo de lo que no tiene solución o compatibilidad.

La convivencia se limita al habitual escenario del trabajo, la familia, la vecindad, las amistades, en cuyos ámbitos se complementan o simplemente son espectadores. Durante más de medio año, estas formas habituales se han quebrantado por las restricciones sanitarias, que no todos cumplen.

“Tanta gente ha perdido a tanta gente y no ha tenido la oportunidad de despedirse. Muchas personas que murieron estuvieron solas (…) Es una muerte terriblemente difícil y solitaria”, dijo la portavoz de la OMS, Margaret Harris, en una conferencia de la ONU a finales de septiembre pasado.

Se vive un cambio que reclama revisar las condiciones existentes hasta ahora, con la esperanza de retomar mañana el camino de mejor manera. Se debe asumir el momento actual y extraer las condiciones en que se ha dado este fenómeno desde varios puntos de vista, social, económico, educativo, político, naturalista, cultural, tecnológico, de servicios, etcétera.

Los mexicanos se preguntan por la violencia, los desaparecidos, los criminales, el destino inmediato de los indigentes y los marginados, las oportunidades de desarrollo y el rumbo que tomaremos como nación. Todo en un solo paquete. ¿Qué se tiene que hacer por el país? ¿Qué pueden hacer los ciudadanos para sí mismos? Son dos preguntas que debemos separar con claridad, aunque ninguna tenga la respuesta completa.

El “ahora sí” sigue en el limbo de los sueños de hadas de la tierra de Nunca Jamás llamada México. Y es que los componentes principales de las dos preguntas anteriores son la colaboración activa y la crítica constructiva, justa y propositiva. La primera como un axioma ciudadano y la segunda como una visión universal de mejora y desarrollo. Y estamos acostumbrados a ignorarlas.

Como aquellos que se ponen un cubrebocas porque si no, no los dejan entrar al almacén o tienda departamental. No lo usan por la convicción de que es una protección personal y social, sino por la negación del acceso al servicio. Hay una gran falsedad en su actitud, a pesar de que mucha gente ha adquirido el hábito de usarlo aunque les resulte incómodo.

Los tres niveles de gobierno tienen la disyuntiva de apoyar de alguna forma a los que se sienten abandonados. A los familiares de los enfermos aislados que se debaten entre la vida y la muerte, a las familias que han perdido sus trabajos y los ancianos que tienen miedo de morir solos. La sociedad debe colaborar cuidándose cada quien porque así cuidan a los demás. Como dijo el Papa Francisco: «Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios».

gnietoa@hotmail.com



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Las personas advierten con frecuencia que sus vidas privadas tienen una serie de dobleces. Perciben que en sus mundos cotidianos no consiguen vencer las dificultades o resolver los problemas. Y es que la capacidad de cada quien, desde sus ámbitos privados, se estrella cuando las posibles soluciones invaden la esfera privada de otras persona. Al darse cuenta de ello, aunque sea vagamente, deben cambiar su pensamiento y actitud e intercambiar opiniones, ideas, sentimientos, emociones e intereses para poder establecer acuerdos y, en muchos casos, cambiar el sesgo de lo que no tiene solución o compatibilidad.

La convivencia se limita al habitual escenario del trabajo, la familia, la vecindad, las amistades, en cuyos ámbitos se complementan o simplemente son espectadores. Durante más de medio año, estas formas habituales se han quebrantado por las restricciones sanitarias, que no todos cumplen.

“Tanta gente ha perdido a tanta gente y no ha tenido la oportunidad de despedirse. Muchas personas que murieron estuvieron solas (…) Es una muerte terriblemente difícil y solitaria”, dijo la portavoz de la OMS, Margaret Harris, en una conferencia de la ONU a finales de septiembre pasado.

Se vive un cambio que reclama revisar las condiciones existentes hasta ahora, con la esperanza de retomar mañana el camino de mejor manera. Se debe asumir el momento actual y extraer las condiciones en que se ha dado este fenómeno desde varios puntos de vista, social, económico, educativo, político, naturalista, cultural, tecnológico, de servicios, etcétera.

Los mexicanos se preguntan por la violencia, los desaparecidos, los criminales, el destino inmediato de los indigentes y los marginados, las oportunidades de desarrollo y el rumbo que tomaremos como nación. Todo en un solo paquete. ¿Qué se tiene que hacer por el país? ¿Qué pueden hacer los ciudadanos para sí mismos? Son dos preguntas que debemos separar con claridad, aunque ninguna tenga la respuesta completa.

El “ahora sí” sigue en el limbo de los sueños de hadas de la tierra de Nunca Jamás llamada México. Y es que los componentes principales de las dos preguntas anteriores son la colaboración activa y la crítica constructiva, justa y propositiva. La primera como un axioma ciudadano y la segunda como una visión universal de mejora y desarrollo. Y estamos acostumbrados a ignorarlas.

Como aquellos que se ponen un cubrebocas porque si no, no los dejan entrar al almacén o tienda departamental. No lo usan por la convicción de que es una protección personal y social, sino por la negación del acceso al servicio. Hay una gran falsedad en su actitud, a pesar de que mucha gente ha adquirido el hábito de usarlo aunque les resulte incómodo.

Los tres niveles de gobierno tienen la disyuntiva de apoyar de alguna forma a los que se sienten abandonados. A los familiares de los enfermos aislados que se debaten entre la vida y la muerte, a las familias que han perdido sus trabajos y los ancianos que tienen miedo de morir solos. La sociedad debe colaborar cuidándose cada quien porque así cuidan a los demás. Como dijo el Papa Francisco: «Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios».

gnietoa@hotmail.com



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