/ sábado 30 de julio de 2022

De lo bueno a lo mejor

Evidentemente ni por error nos pasaría por la cabeza o el corazón una elección entre lo bueno y lo malo. El discernimiento se realiza entre lo bueno y lo mejor. El comerciante en perlas finas del que habla Jesús es uno que tiene la habilidad de descubrir entre esas perlas todas finas, la que es de mayor valor.

Así es el discernimiento cristiano: entre todas las perlas finas que tenemos, siempre la apuesta es por la perla de mayor valor. Sirva este ejemplo para ilustrar que nunca podríamos discernir entre si lo que conviene es ser pobre o ser rico. El asunto es que ambas, ya sea la pobreza o la riqueza, nos lleven al más.

Parte de las polémicas expresiones de Jesús a los falsos maestros es el gusto que ellos tenían por las riquezas, ambición insaciable que brotaba de un corazón avaricioso. Por eso el Maestro es muy enfático con sus discípulos respecto del peligro de las riquezas. La búsqueda de riquezas puede expresar una búsqueda de refugio y por lo tanto de desconfianza en la bondad de Dios, Padre bueno que cuida y alimenta. Los intereses egoístas encierran en la búsqueda de riquezas que sacan a Dios y al prójimo del horizonte de la vida.

Desde luego que la avidez constituye la base de muchas pasiones y fuerzas violentas que se presentan en la vida humana. Aspiramos siempre al bien, a las cosas mejores: alimentos, ropa, riquezas, poder, prestigio…, el deseo de ser queridos, valorados, reconocidos, deseados, son realidades movidas por la fuerza motriz de la avaricia, de la codicia. Pensamos que apropiándonos de algo dejaremos de sentirnos vacíos. Sin embargo, la virtud cristiana radica en saber que junto a la buena semilla que crece en nuestro corazón, también va creciendo la cizaña. Los padres del desierto estaban convencidos que la madurez espiritual estaba en saber integrar las luces con la sombra, las fuerzas violentas con las fuerzas nobles.

El castigo de toda persona avariciosa es que se margina, se aleja de los demás, por seguir en la loca carrera de acumular más. Se olvida de sí, quita a Dios del horizonte y se aleja de los hermanos. Por eso, Jesús insiste en hacerse rico de lo que vale ante Dios, de gozar la vida, de atreverse a disfrutar de cada día, de la familia, de los rostros, de los encuentros. Hacerse rico de lo que vale ante Dios consiste en ser feliz desde ahora, sin empeñar la felicidad en el futuro, cuando tenga más, cuando haya acumulado lo suficiente.

Evidentemente ni por error nos pasaría por la cabeza o el corazón una elección entre lo bueno y lo malo. El discernimiento se realiza entre lo bueno y lo mejor. El comerciante en perlas finas del que habla Jesús es uno que tiene la habilidad de descubrir entre esas perlas todas finas, la que es de mayor valor.

Así es el discernimiento cristiano: entre todas las perlas finas que tenemos, siempre la apuesta es por la perla de mayor valor. Sirva este ejemplo para ilustrar que nunca podríamos discernir entre si lo que conviene es ser pobre o ser rico. El asunto es que ambas, ya sea la pobreza o la riqueza, nos lleven al más.

Parte de las polémicas expresiones de Jesús a los falsos maestros es el gusto que ellos tenían por las riquezas, ambición insaciable que brotaba de un corazón avaricioso. Por eso el Maestro es muy enfático con sus discípulos respecto del peligro de las riquezas. La búsqueda de riquezas puede expresar una búsqueda de refugio y por lo tanto de desconfianza en la bondad de Dios, Padre bueno que cuida y alimenta. Los intereses egoístas encierran en la búsqueda de riquezas que sacan a Dios y al prójimo del horizonte de la vida.

Desde luego que la avidez constituye la base de muchas pasiones y fuerzas violentas que se presentan en la vida humana. Aspiramos siempre al bien, a las cosas mejores: alimentos, ropa, riquezas, poder, prestigio…, el deseo de ser queridos, valorados, reconocidos, deseados, son realidades movidas por la fuerza motriz de la avaricia, de la codicia. Pensamos que apropiándonos de algo dejaremos de sentirnos vacíos. Sin embargo, la virtud cristiana radica en saber que junto a la buena semilla que crece en nuestro corazón, también va creciendo la cizaña. Los padres del desierto estaban convencidos que la madurez espiritual estaba en saber integrar las luces con la sombra, las fuerzas violentas con las fuerzas nobles.

El castigo de toda persona avariciosa es que se margina, se aleja de los demás, por seguir en la loca carrera de acumular más. Se olvida de sí, quita a Dios del horizonte y se aleja de los hermanos. Por eso, Jesús insiste en hacerse rico de lo que vale ante Dios, de gozar la vida, de atreverse a disfrutar de cada día, de la familia, de los rostros, de los encuentros. Hacerse rico de lo que vale ante Dios consiste en ser feliz desde ahora, sin empeñar la felicidad en el futuro, cuando tenga más, cuando haya acumulado lo suficiente.