/ sábado 9 de abril de 2022

Democracia y educación

“La democracia supone principios y valores”. Este término tiene su origen en dos palabras del griego: “demos”, pueblo, y “Kratos”, gobierno. Podríamos traducirlo entonces como “el gobierno del pueblo”.

Esta frase refleja la idea fundamental de la democracia: un modo de gobierno en el cual todas las personas pueden participar en el proceso de toma de decisiones para generar el bien común. “Cuando las personas participan en las decisiones, se puede lograr el bien común, es decir, construir una sociedad en la que cada persona sea libre e igual y donde cada uno pueda realizar su vida conforme a sus deseos y preferencias”.

“En una democracia, cada persona puede pensar y creer en lo que quiera; moverse de una ciudad a otra de manera libre; organizarse con otras personas para expresarse y manifestarse sin temor a que le pase algo y sin que ello suponga necesariamente un delito. Cada persona puede hacer todo eso sin que nadie las condicione ni les diga lo que tienen que pensar o hacer. Esa es la maravilla de vivir en una democracia: que cada uno somos libre de hacer y pensar y que nadie está por encima de los demás. Cuando vivimos en una democracia compartimos una serie de ideas basadas en el respeto mutuo y en la posibilidad de que cada uno ejerza su libertad, sin quitar a los otros la posibilidad de también ejercerlas”.

Al cobijo de estas premisas uno se pregunta: ¿estamos educando a niños y jóvenes en México así? ¿Como sociedad propiciamos la “autorrealización personal”, importante valor para la democracia? Permitimos que las personas tengan suficiente autonomía para decidir qué vida quieren llevar, tomar sus decisiones en función de la elección que realizaron y poder llevarlas a cabo de manera efectiva. Contribuimos para que los individuos puedan desarrollar una vida significativa: vivir una vida larga y feliz, en buena salud, en condiciones de seguridad y paz, disfrutando de la naturaleza, del contacto con otras personas y del esparcimiento, ¿pudiendo tomar decisiones autónomas para definir su futuro y el de su comunidad?

Hoy vale la pena recordar a John Dewey y su obra Democracia y educación, que resulta una referencia muy presente en la educación para la democracia. Con ella se da apertura a un campo y a una perspectiva pedagógico-política. Para el filósofo de Vermont, educación y democracia resultan indisociables. Hablar sobre formación democrática es hablar sobre formación de la personalidad moral. Por consiguiente, Dewey no concibe la educación para la democracia como un tratamiento simplemente informativo de la cuestión política, sino que ha de resultar insoslayablemente práctica y emotiva. Después de todo, resulta cuesta arriba concebir que los valores democráticos y ciudadanos de justicia, libertad, respeto, tolerancia, diálogo, solidaridad y compasión sean aprendidos y adoptados únicamente por medio de una educación instrumental, informativa y contextualmente aislada.

Según Dewey, “la educación institucionalizada tiene un papel preponderante en la formación de actitudes que propicien y expresen los valores comprensivos de la democracia: esas actitudes deben de configurarse en el proceso mismo de transmisión y adquisición de conocimientos, en las relaciones educativas y en los modos de interrelacionar lo cognitivo y lo axiológico, en el análisis crítico y propositivo de la democracia. Sin embargo, el protagonismo que tiene la escuela en ese cometido no implica desconocer que hay otras instituciones sociales que también son determinantes para dicha configuración actitudinal. En ese sentido, todas las instituciones son educativas. Una actuación segmentada de las instituciones específicamente educativas respecto de aquellas específicas de los ámbitos políticos, económicos y administrativos desmerece la calidad misma del quehacer democrático y el propio desarrollo integral de los individuos. Los hábitos arraigados, rutinarios y ajenos a un análisis reflexivo -que Dewey denomina "lo primitivo" del hombre- obstaculizan la innovación y la creatividad”.

“El modelo de escuela postulado en Democracia y Educación establece dos principios fundamentales: reafirma el principio que la formación del individuo debe realizarse dentro de su ambiente de vida, orientada por la ciencia, por la tecnología y por los valores históricos-sociales; y se basa en el principio que sólo la educación puede reconstruir el proceso de desarrollo y de la actividad humana, porque logra solucionar los dualismos que derivan de la “great division” (gran división) hechos-valores, representada por las contraposiciones educativas que se expresan en la escuela y en la vida social”. Lirio Reyes y Javier B. Seoane comentan: otros educadores afortunadamente Montessori, Freire, Apple, Bigott, Walsh, Connell, Giroux, entre muchos más, han aportado no pocas propuestas para una visión y una práctica humana y solidaria de la educación y la democracia. Todos ellos han concebido la democracia como relación social, como cultura, como ethos. Todos ellos han ofrecido pautas para repensar la formación en el aula y fuera de ella, para repensar para niños y adultos.

En una investigación sobre Dewey, el Instituto Tecnológico de México expresa: “Las escuelas, colegios, universidades, deben de considerar al proceso de la democracia como materia de estudio, de análisis crítico y de proposición, como una forma principal de relacionar la teoría y la técnica con la práctica, vgr.: La identificación de problemas (políticos, económicos, administrativos, culturales en general), el análisis y la discusión sobre los mismos, la búsqueda de soluciones posibles. En suma, la comunicación entre alumnos y maestros puede coadyuvar significativamente para una mejor realización de la democracia tanto en términos procedimentales como axiológicos. Una moral cívica, necesariamente tiene que estar asentada en un conjunto de deberes y derechos; pero éstos deben estar expuestos al análisis, a la contrastación con experiencias y situaciones de los distintos actores y ámbitos sociales”.

“La democracia supone principios y valores”. Este término tiene su origen en dos palabras del griego: “demos”, pueblo, y “Kratos”, gobierno. Podríamos traducirlo entonces como “el gobierno del pueblo”.

Esta frase refleja la idea fundamental de la democracia: un modo de gobierno en el cual todas las personas pueden participar en el proceso de toma de decisiones para generar el bien común. “Cuando las personas participan en las decisiones, se puede lograr el bien común, es decir, construir una sociedad en la que cada persona sea libre e igual y donde cada uno pueda realizar su vida conforme a sus deseos y preferencias”.

“En una democracia, cada persona puede pensar y creer en lo que quiera; moverse de una ciudad a otra de manera libre; organizarse con otras personas para expresarse y manifestarse sin temor a que le pase algo y sin que ello suponga necesariamente un delito. Cada persona puede hacer todo eso sin que nadie las condicione ni les diga lo que tienen que pensar o hacer. Esa es la maravilla de vivir en una democracia: que cada uno somos libre de hacer y pensar y que nadie está por encima de los demás. Cuando vivimos en una democracia compartimos una serie de ideas basadas en el respeto mutuo y en la posibilidad de que cada uno ejerza su libertad, sin quitar a los otros la posibilidad de también ejercerlas”.

Al cobijo de estas premisas uno se pregunta: ¿estamos educando a niños y jóvenes en México así? ¿Como sociedad propiciamos la “autorrealización personal”, importante valor para la democracia? Permitimos que las personas tengan suficiente autonomía para decidir qué vida quieren llevar, tomar sus decisiones en función de la elección que realizaron y poder llevarlas a cabo de manera efectiva. Contribuimos para que los individuos puedan desarrollar una vida significativa: vivir una vida larga y feliz, en buena salud, en condiciones de seguridad y paz, disfrutando de la naturaleza, del contacto con otras personas y del esparcimiento, ¿pudiendo tomar decisiones autónomas para definir su futuro y el de su comunidad?

Hoy vale la pena recordar a John Dewey y su obra Democracia y educación, que resulta una referencia muy presente en la educación para la democracia. Con ella se da apertura a un campo y a una perspectiva pedagógico-política. Para el filósofo de Vermont, educación y democracia resultan indisociables. Hablar sobre formación democrática es hablar sobre formación de la personalidad moral. Por consiguiente, Dewey no concibe la educación para la democracia como un tratamiento simplemente informativo de la cuestión política, sino que ha de resultar insoslayablemente práctica y emotiva. Después de todo, resulta cuesta arriba concebir que los valores democráticos y ciudadanos de justicia, libertad, respeto, tolerancia, diálogo, solidaridad y compasión sean aprendidos y adoptados únicamente por medio de una educación instrumental, informativa y contextualmente aislada.

Según Dewey, “la educación institucionalizada tiene un papel preponderante en la formación de actitudes que propicien y expresen los valores comprensivos de la democracia: esas actitudes deben de configurarse en el proceso mismo de transmisión y adquisición de conocimientos, en las relaciones educativas y en los modos de interrelacionar lo cognitivo y lo axiológico, en el análisis crítico y propositivo de la democracia. Sin embargo, el protagonismo que tiene la escuela en ese cometido no implica desconocer que hay otras instituciones sociales que también son determinantes para dicha configuración actitudinal. En ese sentido, todas las instituciones son educativas. Una actuación segmentada de las instituciones específicamente educativas respecto de aquellas específicas de los ámbitos políticos, económicos y administrativos desmerece la calidad misma del quehacer democrático y el propio desarrollo integral de los individuos. Los hábitos arraigados, rutinarios y ajenos a un análisis reflexivo -que Dewey denomina "lo primitivo" del hombre- obstaculizan la innovación y la creatividad”.

“El modelo de escuela postulado en Democracia y Educación establece dos principios fundamentales: reafirma el principio que la formación del individuo debe realizarse dentro de su ambiente de vida, orientada por la ciencia, por la tecnología y por los valores históricos-sociales; y se basa en el principio que sólo la educación puede reconstruir el proceso de desarrollo y de la actividad humana, porque logra solucionar los dualismos que derivan de la “great division” (gran división) hechos-valores, representada por las contraposiciones educativas que se expresan en la escuela y en la vida social”. Lirio Reyes y Javier B. Seoane comentan: otros educadores afortunadamente Montessori, Freire, Apple, Bigott, Walsh, Connell, Giroux, entre muchos más, han aportado no pocas propuestas para una visión y una práctica humana y solidaria de la educación y la democracia. Todos ellos han concebido la democracia como relación social, como cultura, como ethos. Todos ellos han ofrecido pautas para repensar la formación en el aula y fuera de ella, para repensar para niños y adultos.

En una investigación sobre Dewey, el Instituto Tecnológico de México expresa: “Las escuelas, colegios, universidades, deben de considerar al proceso de la democracia como materia de estudio, de análisis crítico y de proposición, como una forma principal de relacionar la teoría y la técnica con la práctica, vgr.: La identificación de problemas (políticos, económicos, administrativos, culturales en general), el análisis y la discusión sobre los mismos, la búsqueda de soluciones posibles. En suma, la comunicación entre alumnos y maestros puede coadyuvar significativamente para una mejor realización de la democracia tanto en términos procedimentales como axiológicos. Una moral cívica, necesariamente tiene que estar asentada en un conjunto de deberes y derechos; pero éstos deben estar expuestos al análisis, a la contrastación con experiencias y situaciones de los distintos actores y ámbitos sociales”.