/ sábado 14 de mayo de 2022

Día del Maestro

La docencia es una de las vocaciones más exquisitas, es una misión que va marcada con un estilo de vida peculiar.

Un maestro es un sujeto abierto a la interrelación con los demás, a la complementación, uno que se sabe necesitado de los otros; con quienes compartir aquello que sabe y por lo que ha apostado su existencia: su conocimiento y su vida. El maestro es un enamorado de la vida, es quien sabe ver en el futuro una esperanza transformadora. Es el profeta de la esperanza.

Realmente un maestro no es aquel que más sabe o cuya retórica impacta, aquél de un porte y presencia vigorosa, no es el que posee los rudimentos pedagógicos más sofisticados ni las notas más altas de la boleta, o al menos no debería ser solo eso. No es quien concentra, a modo bancario, la ciencia que los demás deben absorber de él. Eso nada tiene que ver con la esencia de lo que es ser verdaderamente maestro.

El maestro es el que tiene el valor de educar, pues está totalmente convencido de la grandeza del ser humano. No simplemente de instruir, adiestrar o programar a sus alumnos, es el que sabe que “el alumno no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender”. Y es que, cuando se enciende una llama en los alumnos, son ellos los que se encargan de avivar ese fuego, custodiándolo para que no se sofoque. Razón por la cual no cualquiera puede ser maestro, pues la tarea tan encantadora de la docencia supera a muchos que, simplemente se quedan en instructores y repetidores de programas de enseñanza, y no buscan encender llamas. Muchas veces las apagan y mutilan.

El distintivo fundamental del docente es que tiene la capacidad de enamorar a sus alumnos de aquello que a él le apasiona, tratándolos como personas y buscando que éstos alcancen un desarrollo integral, evitando hacer de ellos repetidores y autómatas de conceptos, teorías o leyes.

El docente es el que educa sin disimular, que sabe “ponerse la camiseta” e interesarse por sus alumnos, caminar con ellos a su ritmo y respetando sus tiempos, enseñándoles especialmente a aprender y a pensar con rigor y conciencia. Es el hombre humilde que renuncia a demostrar que está por encima de los neófitos que tiene como alumnos y se esfuerza -a tiempo y a destiempo- por ayudarlos a subir, los trata con respeto porque se sabe aprendiz con los que aprenden.

La docencia es una de las vocaciones más exquisitas, es una misión que va marcada con un estilo de vida peculiar.

Un maestro es un sujeto abierto a la interrelación con los demás, a la complementación, uno que se sabe necesitado de los otros; con quienes compartir aquello que sabe y por lo que ha apostado su existencia: su conocimiento y su vida. El maestro es un enamorado de la vida, es quien sabe ver en el futuro una esperanza transformadora. Es el profeta de la esperanza.

Realmente un maestro no es aquel que más sabe o cuya retórica impacta, aquél de un porte y presencia vigorosa, no es el que posee los rudimentos pedagógicos más sofisticados ni las notas más altas de la boleta, o al menos no debería ser solo eso. No es quien concentra, a modo bancario, la ciencia que los demás deben absorber de él. Eso nada tiene que ver con la esencia de lo que es ser verdaderamente maestro.

El maestro es el que tiene el valor de educar, pues está totalmente convencido de la grandeza del ser humano. No simplemente de instruir, adiestrar o programar a sus alumnos, es el que sabe que “el alumno no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender”. Y es que, cuando se enciende una llama en los alumnos, son ellos los que se encargan de avivar ese fuego, custodiándolo para que no se sofoque. Razón por la cual no cualquiera puede ser maestro, pues la tarea tan encantadora de la docencia supera a muchos que, simplemente se quedan en instructores y repetidores de programas de enseñanza, y no buscan encender llamas. Muchas veces las apagan y mutilan.

El distintivo fundamental del docente es que tiene la capacidad de enamorar a sus alumnos de aquello que a él le apasiona, tratándolos como personas y buscando que éstos alcancen un desarrollo integral, evitando hacer de ellos repetidores y autómatas de conceptos, teorías o leyes.

El docente es el que educa sin disimular, que sabe “ponerse la camiseta” e interesarse por sus alumnos, caminar con ellos a su ritmo y respetando sus tiempos, enseñándoles especialmente a aprender y a pensar con rigor y conciencia. Es el hombre humilde que renuncia a demostrar que está por encima de los neófitos que tiene como alumnos y se esfuerza -a tiempo y a destiempo- por ayudarlos a subir, los trata con respeto porque se sabe aprendiz con los que aprenden.