/ sábado 18 de junio de 2022

El día del padre

Llama la atención que la celebración del día del padre no tenga el mismo impacto que el día de la madre. Se nota la desproporción tremenda entre ambas. El impacto comercial, mercadotécnico, musical, incluso religioso, se decanta en una verdadera fiesta nacional el día de la madre, y en una celebración cuya fecha corre el riesgo de pasar desapercibida el día del padre.

Esta celebración es una deuda pendiente en la que están contenidas muchas pautas de salud personal y colectiva. Celebrar al padre es, simplemente, terapéutico, porque nos llama profundamente al realismo y a la objetividad, invitándonos a tomar responsablemente las riendas de nuestra vida con toda la historia que le corresponde.

Tenemos por todos lados ejemplos verdaderamente edificantes de hombres que han sabido ser padres; hombres que comparten todo y sólo lo mejor de ellos mismos en favor de sus hijos, que luchan por la sanidad de su familia en todos los aspectos: emocional, afectivo, económico, cultural, religioso. Hombres que viven en un continuo desgaste por que a eso les empuja su amor. El día del padre los celebramos a ellos y los miramos con gratitud porque gracias a lo que ellos hacen como una misión callada pero llena de cansancio, la sociedad se nutre de las frescas aguas que aportan estos valientes padres que se han sobrepuesto a tantas situaciones y que, lejos de renunciar o tirar la toalla se esfuerzan porque su amor es más grande. Esos padres que son como un panal que chorrea miel, llenos de tanto para ofrecer a los demás.

El padre no es maestro, patrón, empresario ni amigo para sus hijos. Los hijos, para satisfacer su necesidad básica lo que necesitan es la presencia del padre; una presencia que nutra y que inspire. Que les brinde todas las pautas que ellos necesitan para ir descubriendo -en el silencio de la propia individualidad-, la misión que tienen en la vida. Cómo no sentirnos agradecidos por esos padres que de una o de otra manera, permiten que sus hijos sean la mejor de las joyas, una perla preciosa que ellos dejan a la sociedad como semilla del bien.

La mirada, la comprensión, los valores y los distintos mensajes que los hijos reciban de sus padres, son los que les permitirán tener una vida saludable, pues cuando lo hubo los hijos en adelante –posiblemente-, se harán responsables, y cuando no lo hubo, éstos habrán de desarrollar la creatividad que les permita poner su historia al servicio de los demás.

Llama la atención que la celebración del día del padre no tenga el mismo impacto que el día de la madre. Se nota la desproporción tremenda entre ambas. El impacto comercial, mercadotécnico, musical, incluso religioso, se decanta en una verdadera fiesta nacional el día de la madre, y en una celebración cuya fecha corre el riesgo de pasar desapercibida el día del padre.

Esta celebración es una deuda pendiente en la que están contenidas muchas pautas de salud personal y colectiva. Celebrar al padre es, simplemente, terapéutico, porque nos llama profundamente al realismo y a la objetividad, invitándonos a tomar responsablemente las riendas de nuestra vida con toda la historia que le corresponde.

Tenemos por todos lados ejemplos verdaderamente edificantes de hombres que han sabido ser padres; hombres que comparten todo y sólo lo mejor de ellos mismos en favor de sus hijos, que luchan por la sanidad de su familia en todos los aspectos: emocional, afectivo, económico, cultural, religioso. Hombres que viven en un continuo desgaste por que a eso les empuja su amor. El día del padre los celebramos a ellos y los miramos con gratitud porque gracias a lo que ellos hacen como una misión callada pero llena de cansancio, la sociedad se nutre de las frescas aguas que aportan estos valientes padres que se han sobrepuesto a tantas situaciones y que, lejos de renunciar o tirar la toalla se esfuerzan porque su amor es más grande. Esos padres que son como un panal que chorrea miel, llenos de tanto para ofrecer a los demás.

El padre no es maestro, patrón, empresario ni amigo para sus hijos. Los hijos, para satisfacer su necesidad básica lo que necesitan es la presencia del padre; una presencia que nutra y que inspire. Que les brinde todas las pautas que ellos necesitan para ir descubriendo -en el silencio de la propia individualidad-, la misión que tienen en la vida. Cómo no sentirnos agradecidos por esos padres que de una o de otra manera, permiten que sus hijos sean la mejor de las joyas, una perla preciosa que ellos dejan a la sociedad como semilla del bien.

La mirada, la comprensión, los valores y los distintos mensajes que los hijos reciban de sus padres, son los que les permitirán tener una vida saludable, pues cuando lo hubo los hijos en adelante –posiblemente-, se harán responsables, y cuando no lo hubo, éstos habrán de desarrollar la creatividad que les permita poner su historia al servicio de los demás.