/ martes 22 de diciembre de 2020

En pie

Este es mi último artículo de este año terrible. Sobreviví al Covid. Me contagié, no sé cómo ni dónde, a fines de noviembre. Aquí estoy. Eso me convierte en bendecido.

Hemos visto tanta muerte, tanto dolor, tanta estrechez, que se siente una nostalgia, una tristeza que nos acompaña como nuestra sombra: la parte oscura de nuestra luz.

En miles de hogares se instaló el luto y la enfermedad. Millones de familias que llevarán, para siempre, cicatrices.

Por eso tenemos la obligación de celebrar la vida.

No. La pandemia no ha acabado. Viene lo peor. Es un virus sin piedad e implacable: no toma prisioneros. Escapas o te lleva con él.

Nos obligó al confinamiento.

Pero es momento de entender que el distanciamiento debe ser físico: jamás afectivo. La forma de romper este cerco es apelar a la memoria, la gratitud, el honor.

Tras el Covid, tomé la triste decisión de no ver a mis padres ni a mis suegros: seres extraordinarios que me abrigan al mismo tiempo que me explican. La vida me los ha regalado hasta hoy. Yo le regalo a la vida esta decisión para que, a cambio, se queden aquí.

La distancia, en la vida, a veces es un acto de amor.

Tendremos que hacernos fuertes en los sentimientos infranqueables que viven piel adentro.

Es el momento de atrincherarnos en lo que nos hace humanos. En nuestra familia. Nuestros amigos. Vecinos. En nuestros proyectos que, si son verdaderos, comienzan siendo siempre sueños. Nuestras mascotas. Y, diría Serrat, todo aquello que nos hace llorar cuando nadie nos ve.

Aquí sigo. En el ruedo. Me acompañan en este tramo aquello que me define: mis recuerdos, mis latidos. La mano que estrecho desde hace años. También mis amores, que no siempre están a la vista, ni sus nombres se pronuncian, pero que me inyectan vida: mis besos, mis libros, mi música, mis vinos. Algunos puros y varios intentos por encender.

Y ésta, la pasión que, celosa, me consume hace años: la escritura.

Seguiré aquí. Siendo lo que soy. Dando la cara. Disparando argumentos. Hasta el último latido.

Porque espero que, cuando llegue mi final, alguien diga que no morí: simplemente dejé de estar en pie.

Al final, vencerá la vida.

Yo, por hoy, sigo en pie.

Que todas y todos tengamos un 2021 mejor.

Redes:

@fvazquezrig

Este es mi último artículo de este año terrible. Sobreviví al Covid. Me contagié, no sé cómo ni dónde, a fines de noviembre. Aquí estoy. Eso me convierte en bendecido.

Hemos visto tanta muerte, tanto dolor, tanta estrechez, que se siente una nostalgia, una tristeza que nos acompaña como nuestra sombra: la parte oscura de nuestra luz.

En miles de hogares se instaló el luto y la enfermedad. Millones de familias que llevarán, para siempre, cicatrices.

Por eso tenemos la obligación de celebrar la vida.

No. La pandemia no ha acabado. Viene lo peor. Es un virus sin piedad e implacable: no toma prisioneros. Escapas o te lleva con él.

Nos obligó al confinamiento.

Pero es momento de entender que el distanciamiento debe ser físico: jamás afectivo. La forma de romper este cerco es apelar a la memoria, la gratitud, el honor.

Tras el Covid, tomé la triste decisión de no ver a mis padres ni a mis suegros: seres extraordinarios que me abrigan al mismo tiempo que me explican. La vida me los ha regalado hasta hoy. Yo le regalo a la vida esta decisión para que, a cambio, se queden aquí.

La distancia, en la vida, a veces es un acto de amor.

Tendremos que hacernos fuertes en los sentimientos infranqueables que viven piel adentro.

Es el momento de atrincherarnos en lo que nos hace humanos. En nuestra familia. Nuestros amigos. Vecinos. En nuestros proyectos que, si son verdaderos, comienzan siendo siempre sueños. Nuestras mascotas. Y, diría Serrat, todo aquello que nos hace llorar cuando nadie nos ve.

Aquí sigo. En el ruedo. Me acompañan en este tramo aquello que me define: mis recuerdos, mis latidos. La mano que estrecho desde hace años. También mis amores, que no siempre están a la vista, ni sus nombres se pronuncian, pero que me inyectan vida: mis besos, mis libros, mi música, mis vinos. Algunos puros y varios intentos por encender.

Y ésta, la pasión que, celosa, me consume hace años: la escritura.

Seguiré aquí. Siendo lo que soy. Dando la cara. Disparando argumentos. Hasta el último latido.

Porque espero que, cuando llegue mi final, alguien diga que no morí: simplemente dejé de estar en pie.

Al final, vencerá la vida.

Yo, por hoy, sigo en pie.

Que todas y todos tengamos un 2021 mejor.

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@fvazquezrig