/ jueves 22 de octubre de 2020

Felicidades, hermanos médicos

Apreciado colega: Tú que un día en tus años mozos elegiste estudiar para ser médico, quizá por herencia, por vocación o tal vez solo seguiste el llamado porque para eso fuiste creado y cumpliste tu destino.

Estudiaste tantos años esta mística y noble profesión, llena de tantos momentos de sacrificio, alegría, tristeza y hasta impotencia ante la muerte. Terminaste tu carrera y al salir de la escuela te diste cuenta que en ese momento empezaba el verdadero aprendizaje, pues lleno de conocimiento era el momento de ponerlos en práctica, dándote cuenta que no hay casos de libros, sino pacientes, individuos, todos diferentes entre sí, aun con un mismo diagnóstico y que, por ende, requieren un tratamiento diferente e individualizado y te enteras que mientras ejerzas nunca dejarás de estudiar.

Te entrenaste para ser fuerte, para insensibilizar un poco la mente y el raciocinio, para no llorar una muerte, pero celebrar un nacimiento; para festejar cuando un diagnóstico, un tratamiento son certeros y has devuelto la salud al enfermo que acudió a ti, a sentirte feliz y orgulloso cuando un paciente y su familia te agradecen tus esfuerzos, pero también para dar palabras de aliento o de consuelo. Tus palabras deben transmitir alegría y esperanza para anunciar un embarazo y también congoja y luto cuando a pesar de nuestra entrega, vence la muerte.

Sobre las espaldas cargamos una larga herencia que viene desde los antiguos chamanes, los grandes médicos a lo largo de la historia, la de nuestros maestros y con ella y tu sapiencia enfrentas los retos que te impone la enfermedad; sí, es una gran responsabilidad que muchas veces la gente no ve o no reconoce, que a veces nos exige cual si fuéramos dioses sin pensar que también somos humanos, con todas las necesidades y a veces errores como cualquier persona.

En nuestra profesión también debemos estar preparados para dar consejos, ser maestro, contagiar regocijo, paño de lágrimas, confidente y guía. Nuestras manos han de ser como un bálsamo que transmita calidez, confianza, fe y esperanza. En una palabra, hemos de ser como un puente entre lo humano y lo divino.

Una vez que salimos de las aulas nuestra vida deja de pertenecernos para ser de los demás, de los que nos necesitan, y por ello nos interrumpirán el sueño, nos levantarán de la mesa, nos sacarán de una fiesta o de alguna diversión, pero lo hacemos con gusto, porque desde el momento en que levantando la diestra y juramos por Higia y Panacea, por Apolo y Esculapio, aceptamos con regocijo nuestro destino para servir lo mejor posible a la humanidad.

Mañana, gracias a la iniciativa de Pedro Rendón Domínguez, médico xalapeño de rancio abolengo, desde 1937 celebramos en nuestro país el Día del Médico, aunque este año la celebración no podrá ser tan festiva y grupal por la pandemia. Además guardaremos un minuto de silencio en reconocimiento a tantos compañeros y amigos que han caído cumpliendo su deber, entregados en cuerpo y alma a velar por los pacientes a su cargo. A nombre propio y del Colegio Médico y Ciencias Afines de Xalapa, reciban una felicitación en nuestro día.

Apreciado colega: Tú que un día en tus años mozos elegiste estudiar para ser médico, quizá por herencia, por vocación o tal vez solo seguiste el llamado porque para eso fuiste creado y cumpliste tu destino.

Estudiaste tantos años esta mística y noble profesión, llena de tantos momentos de sacrificio, alegría, tristeza y hasta impotencia ante la muerte. Terminaste tu carrera y al salir de la escuela te diste cuenta que en ese momento empezaba el verdadero aprendizaje, pues lleno de conocimiento era el momento de ponerlos en práctica, dándote cuenta que no hay casos de libros, sino pacientes, individuos, todos diferentes entre sí, aun con un mismo diagnóstico y que, por ende, requieren un tratamiento diferente e individualizado y te enteras que mientras ejerzas nunca dejarás de estudiar.

Te entrenaste para ser fuerte, para insensibilizar un poco la mente y el raciocinio, para no llorar una muerte, pero celebrar un nacimiento; para festejar cuando un diagnóstico, un tratamiento son certeros y has devuelto la salud al enfermo que acudió a ti, a sentirte feliz y orgulloso cuando un paciente y su familia te agradecen tus esfuerzos, pero también para dar palabras de aliento o de consuelo. Tus palabras deben transmitir alegría y esperanza para anunciar un embarazo y también congoja y luto cuando a pesar de nuestra entrega, vence la muerte.

Sobre las espaldas cargamos una larga herencia que viene desde los antiguos chamanes, los grandes médicos a lo largo de la historia, la de nuestros maestros y con ella y tu sapiencia enfrentas los retos que te impone la enfermedad; sí, es una gran responsabilidad que muchas veces la gente no ve o no reconoce, que a veces nos exige cual si fuéramos dioses sin pensar que también somos humanos, con todas las necesidades y a veces errores como cualquier persona.

En nuestra profesión también debemos estar preparados para dar consejos, ser maestro, contagiar regocijo, paño de lágrimas, confidente y guía. Nuestras manos han de ser como un bálsamo que transmita calidez, confianza, fe y esperanza. En una palabra, hemos de ser como un puente entre lo humano y lo divino.

Una vez que salimos de las aulas nuestra vida deja de pertenecernos para ser de los demás, de los que nos necesitan, y por ello nos interrumpirán el sueño, nos levantarán de la mesa, nos sacarán de una fiesta o de alguna diversión, pero lo hacemos con gusto, porque desde el momento en que levantando la diestra y juramos por Higia y Panacea, por Apolo y Esculapio, aceptamos con regocijo nuestro destino para servir lo mejor posible a la humanidad.

Mañana, gracias a la iniciativa de Pedro Rendón Domínguez, médico xalapeño de rancio abolengo, desde 1937 celebramos en nuestro país el Día del Médico, aunque este año la celebración no podrá ser tan festiva y grupal por la pandemia. Además guardaremos un minuto de silencio en reconocimiento a tantos compañeros y amigos que han caído cumpliendo su deber, entregados en cuerpo y alma a velar por los pacientes a su cargo. A nombre propio y del Colegio Médico y Ciencias Afines de Xalapa, reciban una felicitación en nuestro día.