/ viernes 14 de enero de 2022

La levedad del bien y del mal

Siempre se ha usado la expresión "la levedad del mal" como una forma de referirse a los hechos y las personas que hacen mal sin darse cuenta de sus efectos, aparentemente. Me parece que, en un sentido inverso, también se puede decir que existe la levedad del bien aunque, en este caso, con mayor conciencia de lo que se está haciendo.

Por supuesto, por razones históricas, dado que se acuñó al final de la Segunda Guerra Mundial, para definir la actitud de los nazis genocidas, es la expresión alusiva al mal la más usada y conocida. Los peores criminales alemanes, algunos tuvieron que ver con campos de exterminio, simplemente se encogían de hombros y aducían haber recibido órdenes superiores cuando eran interrogados por sus juzgadores. Esa postura se reproduce con distintos grados en gobiernos de diversa ideología y con o sin democracia. Es más fácil y común que ocurra en regímenes autoritarios donde hay mando vertical y débiles o nulos controles, así como baja o inexistente transparencia.

Es un sistema político determinado, como conjunto, el que hace posible cualquier tipo de errores, absurdos y actos dolosos. Las justificaciones son muchas, van de la rutina institucional hasta algún tipo de ideología o doctrina, aunque casi siempre no pasa de algún tipo de personalísimo y propaganda. Los peores actos criminales o cadenas de injusticias tienen que ver con aspiraciones de grandeza de algún líder o grupo, justificados en proezas utópicas como salvar al mundo o propiciar una especie de hombre nuevo. A más sueños o fantasías corresponde distancia de la realidad y una gestión simuladora o, de plano, mentirosa. En cambio, si hicieran lo básico o un poco más pero con normalidad, siendo eficaces y transparentes, sin buscar una base para su imaginaria estatua, no tendrían que caer en la levedad del mal.

Un mayor poder o alto nivel de responsabilidades es la antesala para hacer el bien o el mal. Son los campos de la justicia y la seguridad ciudadana donde se propicia y se nota un comportamiento que se puede apartar de la legalidad y el respeto a los derechos humanos. Lo vemos con clara actualidad en nuestro estado, donde se actualizó el delito de ultrajes a la autoridad y han surgido muchos casos de represión a inocentes. Pésima asesoría jurídica o intencionalidad política condujo a un absurdo legal, aplicando elevadas penalidades para un delito menor, no grave, y de difícil tipificación, tan general que puede ser usado de las maneras más ocurrentes y abusivas. Las policías preventivas y ministeriales en casos grabados y perfectamente claros han sido mostradas agrediendo a muchos ciudadanos, los que por contar con videos han podido pedir auxilio público y recuperar su libertad en algunos casos.

Estamos ante una decisión política, actos de Gobierno, que resolvieron proceder de forma hostil y represiva. No hay atenuantes, a la cúpula le resulta responsabilidad. En la cadena de mando siguen los funcionarios medianos hasta llegar a los elementos operativos. Conscientemente los jefes de arriba tomaron el camino inmoral y de la ilegalidad dando órdenes para dañar integridades y libertad de personas, mientras que sus subordinados las acatan por obligación o por coincidir con ellas. A la luz de las evidencias, ya con las intervenciones de senadores y la CNDH, deben venir los deslindes de responsabilidades y los efectos reparadores correspondientes. Tiene que desterrarse la impunidad y la amenaza institucional. Nos merecemos seguridad y justicia. Reduzcamos al mínimo la posibilidad de que se invoque la levedad del mal. Su dolo y perversidad debe quedar perfectamente documentada y juzgada.

Para Veracruz debe inaugurarse la pesadez del mal, donde no haya pretextos y justificaciones. Estamos ante actuaciones graves, con autoridades delincuenciales y ciudadanía golpeada. Lo paradójico es que esa conducta absurda, sin sentido, se haga a nombre de cambios, transformaciones y la revolución de las conciencias. Más allá de la retórica y de las buenas intenciones, si las hubiera, lo que tenemos es un conjunto de personajes pequeños con delirios de grandeza, tan alta que les resultó inalcanzable y ha terminado en forma de cascarón. La realidad, concreta y terrenal, ha terminado por bajarlos de su nube.

Recadito: Exactamente pasó igual con el gobierno municipal de Hipólito, mucho rollo para hacer lo mismo de siempre.

mail: ufa.1959@gmail.com

Siempre se ha usado la expresión "la levedad del mal" como una forma de referirse a los hechos y las personas que hacen mal sin darse cuenta de sus efectos, aparentemente. Me parece que, en un sentido inverso, también se puede decir que existe la levedad del bien aunque, en este caso, con mayor conciencia de lo que se está haciendo.

Por supuesto, por razones históricas, dado que se acuñó al final de la Segunda Guerra Mundial, para definir la actitud de los nazis genocidas, es la expresión alusiva al mal la más usada y conocida. Los peores criminales alemanes, algunos tuvieron que ver con campos de exterminio, simplemente se encogían de hombros y aducían haber recibido órdenes superiores cuando eran interrogados por sus juzgadores. Esa postura se reproduce con distintos grados en gobiernos de diversa ideología y con o sin democracia. Es más fácil y común que ocurra en regímenes autoritarios donde hay mando vertical y débiles o nulos controles, así como baja o inexistente transparencia.

Es un sistema político determinado, como conjunto, el que hace posible cualquier tipo de errores, absurdos y actos dolosos. Las justificaciones son muchas, van de la rutina institucional hasta algún tipo de ideología o doctrina, aunque casi siempre no pasa de algún tipo de personalísimo y propaganda. Los peores actos criminales o cadenas de injusticias tienen que ver con aspiraciones de grandeza de algún líder o grupo, justificados en proezas utópicas como salvar al mundo o propiciar una especie de hombre nuevo. A más sueños o fantasías corresponde distancia de la realidad y una gestión simuladora o, de plano, mentirosa. En cambio, si hicieran lo básico o un poco más pero con normalidad, siendo eficaces y transparentes, sin buscar una base para su imaginaria estatua, no tendrían que caer en la levedad del mal.

Un mayor poder o alto nivel de responsabilidades es la antesala para hacer el bien o el mal. Son los campos de la justicia y la seguridad ciudadana donde se propicia y se nota un comportamiento que se puede apartar de la legalidad y el respeto a los derechos humanos. Lo vemos con clara actualidad en nuestro estado, donde se actualizó el delito de ultrajes a la autoridad y han surgido muchos casos de represión a inocentes. Pésima asesoría jurídica o intencionalidad política condujo a un absurdo legal, aplicando elevadas penalidades para un delito menor, no grave, y de difícil tipificación, tan general que puede ser usado de las maneras más ocurrentes y abusivas. Las policías preventivas y ministeriales en casos grabados y perfectamente claros han sido mostradas agrediendo a muchos ciudadanos, los que por contar con videos han podido pedir auxilio público y recuperar su libertad en algunos casos.

Estamos ante una decisión política, actos de Gobierno, que resolvieron proceder de forma hostil y represiva. No hay atenuantes, a la cúpula le resulta responsabilidad. En la cadena de mando siguen los funcionarios medianos hasta llegar a los elementos operativos. Conscientemente los jefes de arriba tomaron el camino inmoral y de la ilegalidad dando órdenes para dañar integridades y libertad de personas, mientras que sus subordinados las acatan por obligación o por coincidir con ellas. A la luz de las evidencias, ya con las intervenciones de senadores y la CNDH, deben venir los deslindes de responsabilidades y los efectos reparadores correspondientes. Tiene que desterrarse la impunidad y la amenaza institucional. Nos merecemos seguridad y justicia. Reduzcamos al mínimo la posibilidad de que se invoque la levedad del mal. Su dolo y perversidad debe quedar perfectamente documentada y juzgada.

Para Veracruz debe inaugurarse la pesadez del mal, donde no haya pretextos y justificaciones. Estamos ante actuaciones graves, con autoridades delincuenciales y ciudadanía golpeada. Lo paradójico es que esa conducta absurda, sin sentido, se haga a nombre de cambios, transformaciones y la revolución de las conciencias. Más allá de la retórica y de las buenas intenciones, si las hubiera, lo que tenemos es un conjunto de personajes pequeños con delirios de grandeza, tan alta que les resultó inalcanzable y ha terminado en forma de cascarón. La realidad, concreta y terrenal, ha terminado por bajarlos de su nube.

Recadito: Exactamente pasó igual con el gobierno municipal de Hipólito, mucho rollo para hacer lo mismo de siempre.

mail: ufa.1959@gmail.com