/ sábado 28 de mayo de 2022

Nueva presencia

El Señor no se puede quedar para siempre con los discípulos, es necesario que Él regrese a su lugar en la eternidad y con el Padre, para que así, ellos produzcan fruto.

Él tiene la confianza de irse porque sabe que sus discípulos no lo van a defraudar. Sabe que ellos han sido probados y son fieles. Por eso sube al Padre en el cielo. Aún con esto, en un derroche de amor les concede al Espíritu Santo, para que los anime en la misión que ellos han de desempeñar: extender el reino a pueblos y ciudades. La Sagrada Escritura relata que mientras Jesús subía al cielo, ellos se quedaron atónitos observándole. Pero los ángeles los animan a ponerse en marcha, y no quedarse contemplando al cielo boquiabiertos. Eso sucede con nosotros. Él ha ido al lugar que le pertenece desde la eternidad, y nos corresponde a nosotros extender el Reino, es decir, un nuevo estilo de vida; una vida buena y abundante que no se lee con las categorías del mundo, sino con las condiciones del resucitado que nos confía su obra, la obra de comunicar la pascua a tiempo y a destiempo.

Ser mensajeros de la resurrección a donde la vida parece terminar.

Si bien el tiempo litúrgico de la pascua llega al ocaso, lo hacemos con un impulso que nos llena de vigor y nos pone en marcha para salir al encuentro de los demás, comunicándoles una vida nueva. Los ministerios son abundantes, a unos les toca salir como misioneros a comunicar con palabras.

A otros les toca comunicar con silencios. Y a unos más les toca motivar para que no haya quienes se queden contemplando al cielo en una tranquilidad sin paz. Con la ascensión nos dice que confía en nosotros, y pone en nuestras vasijas de barro perlas preciosas. En el momento mismo de la Ascensión indica a los apóstoles la importancia de ir. Así como Él lo había hecho.

Él siempre fue. Fue del cielo a la tierra para la encarnación. Fue de su casa al templo en la peregrinación de los doce años. Fue al encuentro de los que estaban como ovejas sin pastor. Fue al encuentro de los ciegos, de los leprosos, de los enfermos. Fue a la boda de los novios que se habían quedado sin vino.

Fue siempre. Salió al encuentro siempre y cada uno de los días de su vida. Se caracterizó por ser un Dios que se estremece y sale al encuentro. Eso que Él mismo había hecho, ahora habrán de hacerlo también sus discípulos. De eso tendrían que ser testigos.

El Señor no se puede quedar para siempre con los discípulos, es necesario que Él regrese a su lugar en la eternidad y con el Padre, para que así, ellos produzcan fruto.

Él tiene la confianza de irse porque sabe que sus discípulos no lo van a defraudar. Sabe que ellos han sido probados y son fieles. Por eso sube al Padre en el cielo. Aún con esto, en un derroche de amor les concede al Espíritu Santo, para que los anime en la misión que ellos han de desempeñar: extender el reino a pueblos y ciudades. La Sagrada Escritura relata que mientras Jesús subía al cielo, ellos se quedaron atónitos observándole. Pero los ángeles los animan a ponerse en marcha, y no quedarse contemplando al cielo boquiabiertos. Eso sucede con nosotros. Él ha ido al lugar que le pertenece desde la eternidad, y nos corresponde a nosotros extender el Reino, es decir, un nuevo estilo de vida; una vida buena y abundante que no se lee con las categorías del mundo, sino con las condiciones del resucitado que nos confía su obra, la obra de comunicar la pascua a tiempo y a destiempo.

Ser mensajeros de la resurrección a donde la vida parece terminar.

Si bien el tiempo litúrgico de la pascua llega al ocaso, lo hacemos con un impulso que nos llena de vigor y nos pone en marcha para salir al encuentro de los demás, comunicándoles una vida nueva. Los ministerios son abundantes, a unos les toca salir como misioneros a comunicar con palabras.

A otros les toca comunicar con silencios. Y a unos más les toca motivar para que no haya quienes se queden contemplando al cielo en una tranquilidad sin paz. Con la ascensión nos dice que confía en nosotros, y pone en nuestras vasijas de barro perlas preciosas. En el momento mismo de la Ascensión indica a los apóstoles la importancia de ir. Así como Él lo había hecho.

Él siempre fue. Fue del cielo a la tierra para la encarnación. Fue de su casa al templo en la peregrinación de los doce años. Fue al encuentro de los que estaban como ovejas sin pastor. Fue al encuentro de los ciegos, de los leprosos, de los enfermos. Fue a la boda de los novios que se habían quedado sin vino.

Fue siempre. Salió al encuentro siempre y cada uno de los días de su vida. Se caracterizó por ser un Dios que se estremece y sale al encuentro. Eso que Él mismo había hecho, ahora habrán de hacerlo también sus discípulos. De eso tendrían que ser testigos.