/ sábado 23 de octubre de 2021

Leyenda: La mujer del relicario y el taxista

Al observar el rostro de la joven por el espejo retrovisor sintió escalofrío y miedo

Orizaba, Ver.- Una leyenda urbana que platican los viejos taxistas del Valle de Orizaba sucedió en una noche oscura y fría cerca de la media noche, cuando un taxista regresaba a su hogar después de una jornada agotadora de trabajo.

En el boulevard de Oriente 6 ya no había ningún alma. Al pasar por el cementerio “Juan de la Luz Enríquez”, una mujer vestida de negro le hizo la parada, pero siguió de largo; casi de inmediato se arrepintió y regresó por la dama, que llevaba en su cuello un relicario con una cruz de oro.

Erasto, como se llamaba el ruletero, frenó el auto y se echó de reversa para subir a la pasajera. Al observar el rostro de la joven por el espejo retrovisor sintió escalofrío y miedo. Tenía un rostro angelical, pero pálido; ojos bellos como de gato, aunque tristes y cabello largo; llevaba un vestido negro de encaje y un velo trasparente y en su cuello colgaba el relicario.


Le preguntó a donde iba y le contestó la dama con voz entrecortada, que iba a visitar 7 iglesias en el centro de la ciudad, y le pidió que la esperara.

Aunque con extrañeza por la indicación, Erasto la llevó a los siete templos. Ante la puerta principal de cada iglesia la joven rezaba durante 3 minutos y regresaba al taxi con una expresión serena, de paz.

Al terminar el recorrido, la bella joven se disculpó por abusar del tiempo del taxista y le dijo:

“Mi nombre es María, no tengo dinero con que pagarle ahora, pero le dejaré éste relicario. Le pido un último favor, vaya a la colonia Barrio Nuevo, ahí vive mi padre; entréguele mi medallón y dígale que le pague la corrida, recuérdele que lo quiero mucho, y que no se olvide de mí nunca”.

Consternado por las palabras de la dama de negro, le preguntó:

“¿A dónde la llevo ahora?”, ella respondió: “al mismo sitio donde me recogió, ahí me quedo”.

Fotos Miguel Castillo | El Sol de Orizaba

Luego de dejar a la joven cerca del panteón municipal, Erasto se encaminó nuevamente a su casa, al mirar por el espejo retrovisor vio que María se dirigía a la puerta del Cementerio y un segundo después, desapareció. Impresionado llegó a su hogar, se sentía mareado y con un fuerte dolor de cabeza, además de que temblaba.

Su esposa, Martha, quien no logró hacer que le dijera qué le pasaba, le dio café caliente, una pastilla y tras llevarlo a su habitación y ayudarlo a acostarse, lo arropó y cuidó. A pesar de que el médico acudió a revisarlo a petición de su esposa y darle medicamento, no mejoró, hasta tres días después. Ya más repuesto del malestar, recordó la noche cuando recogió a María y la petición que le hizo la joven de rostro angelical y triste.

Vio el relicario que había dejado sobre el buró de su cama y notó que tenía restos de tierra negra. Se levantó bañó, desayuno y subió al taxi para cumplir con la encomienda de la mujer.

Llegó a la colonia Barrio Nuevo y luego de preguntar en varias casas, localizó la del papá de la joven. Tocó la puerta. Luego de un par de minutos salió un señor vestido muy elegante: traje negro, camisa azul, corbata y zapatos lustrados que, con voz triste, le preguntó: “¿A quién busca?”, y el ruletero, respondió: “al padre de María”.

Al saber que el señor era la persona que buscaba, Erasto comenzó a platicarle del encuentro.

Ella solicitó mis servicios, me pidió que la llevara a visitar siete iglesias, así lo hice y me dejó su relicario como prenda para que usted me pagara

El hombre, al ver la joya rompió en llanto, hizo pasar al taxista y le mostró un retrato, era la mujer de negro, idéntica a la de hace tres noches.

“Es María, no tengo la menor duda. Hace tres noches cumplió diez años de que murió. Mi hija perdió la vida en un accidente, el auto que manejaba chocó contra un tráiler en la autopista”, le dijo el padre de la joven.

“La enterramos en el cementerio municipal, pero hace tiempo que no la visito, por tristeza y para olvidar, pero no puedo, sigue viviendo en mi corazón”, mencionó entre sollozos.

De entre su ropa, el ruletero sacó el relicario y se lo entregó al papá de María, quien, en agradecimiento por haber ayudado a su hija a cumplir su deseo de visitar las siete iglesias, le regaló un millón de pesos.

Cuenta la leyenda que, con ese dinero Erasto compró una flotilla de taxis. Desde entonces, en cada una de las iglesias que María visitó la noche que abordó su taxi, en esa fecha, se ofrece una misa por su eterno descanso.

Orizaba, Ver.- Una leyenda urbana que platican los viejos taxistas del Valle de Orizaba sucedió en una noche oscura y fría cerca de la media noche, cuando un taxista regresaba a su hogar después de una jornada agotadora de trabajo.

En el boulevard de Oriente 6 ya no había ningún alma. Al pasar por el cementerio “Juan de la Luz Enríquez”, una mujer vestida de negro le hizo la parada, pero siguió de largo; casi de inmediato se arrepintió y regresó por la dama, que llevaba en su cuello un relicario con una cruz de oro.

Erasto, como se llamaba el ruletero, frenó el auto y se echó de reversa para subir a la pasajera. Al observar el rostro de la joven por el espejo retrovisor sintió escalofrío y miedo. Tenía un rostro angelical, pero pálido; ojos bellos como de gato, aunque tristes y cabello largo; llevaba un vestido negro de encaje y un velo trasparente y en su cuello colgaba el relicario.


Le preguntó a donde iba y le contestó la dama con voz entrecortada, que iba a visitar 7 iglesias en el centro de la ciudad, y le pidió que la esperara.

Aunque con extrañeza por la indicación, Erasto la llevó a los siete templos. Ante la puerta principal de cada iglesia la joven rezaba durante 3 minutos y regresaba al taxi con una expresión serena, de paz.

Al terminar el recorrido, la bella joven se disculpó por abusar del tiempo del taxista y le dijo:

“Mi nombre es María, no tengo dinero con que pagarle ahora, pero le dejaré éste relicario. Le pido un último favor, vaya a la colonia Barrio Nuevo, ahí vive mi padre; entréguele mi medallón y dígale que le pague la corrida, recuérdele que lo quiero mucho, y que no se olvide de mí nunca”.

Consternado por las palabras de la dama de negro, le preguntó:

“¿A dónde la llevo ahora?”, ella respondió: “al mismo sitio donde me recogió, ahí me quedo”.

Fotos Miguel Castillo | El Sol de Orizaba

Luego de dejar a la joven cerca del panteón municipal, Erasto se encaminó nuevamente a su casa, al mirar por el espejo retrovisor vio que María se dirigía a la puerta del Cementerio y un segundo después, desapareció. Impresionado llegó a su hogar, se sentía mareado y con un fuerte dolor de cabeza, además de que temblaba.

Su esposa, Martha, quien no logró hacer que le dijera qué le pasaba, le dio café caliente, una pastilla y tras llevarlo a su habitación y ayudarlo a acostarse, lo arropó y cuidó. A pesar de que el médico acudió a revisarlo a petición de su esposa y darle medicamento, no mejoró, hasta tres días después. Ya más repuesto del malestar, recordó la noche cuando recogió a María y la petición que le hizo la joven de rostro angelical y triste.

Vio el relicario que había dejado sobre el buró de su cama y notó que tenía restos de tierra negra. Se levantó bañó, desayuno y subió al taxi para cumplir con la encomienda de la mujer.

Llegó a la colonia Barrio Nuevo y luego de preguntar en varias casas, localizó la del papá de la joven. Tocó la puerta. Luego de un par de minutos salió un señor vestido muy elegante: traje negro, camisa azul, corbata y zapatos lustrados que, con voz triste, le preguntó: “¿A quién busca?”, y el ruletero, respondió: “al padre de María”.

Al saber que el señor era la persona que buscaba, Erasto comenzó a platicarle del encuentro.

Ella solicitó mis servicios, me pidió que la llevara a visitar siete iglesias, así lo hice y me dejó su relicario como prenda para que usted me pagara

El hombre, al ver la joya rompió en llanto, hizo pasar al taxista y le mostró un retrato, era la mujer de negro, idéntica a la de hace tres noches.

“Es María, no tengo la menor duda. Hace tres noches cumplió diez años de que murió. Mi hija perdió la vida en un accidente, el auto que manejaba chocó contra un tráiler en la autopista”, le dijo el padre de la joven.

“La enterramos en el cementerio municipal, pero hace tiempo que no la visito, por tristeza y para olvidar, pero no puedo, sigue viviendo en mi corazón”, mencionó entre sollozos.

De entre su ropa, el ruletero sacó el relicario y se lo entregó al papá de María, quien, en agradecimiento por haber ayudado a su hija a cumplir su deseo de visitar las siete iglesias, le regaló un millón de pesos.

Cuenta la leyenda que, con ese dinero Erasto compró una flotilla de taxis. Desde entonces, en cada una de las iglesias que María visitó la noche que abordó su taxi, en esa fecha, se ofrece una misa por su eterno descanso.

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