/ sábado 20 de abril de 2024

LXI Jornada Mundial de las Vocaciones

El Cuarto Domingo de Pascua se caracteriza, entre otras cosas, porque con ocasión de esta fecha tiene lugar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En el contexto del llamado domingo del Buen Pastor. Este año tiene lugar la 61 Jornada Mundial. En esta edición, por el difícil contexto en que se encuentra el mundo, el Papa Francisco, ha titulado su mensaje: “llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz”.

Vaya que se trata de valores impostergables y llenos de dinamismo. La esperanza es una necesidad vital en este mundo experto en felicidades efímeras y desesperanzado y desesperanzador. Y, de la paz ni qué decir, es crucial en este momento de la historia en el que, por todos lados a lo largo y ancho del mundo, hay letales ataques en contra de la paz. Asistimos al secuestro de la paz y la esperanza.

La insistencia del Papa es a la gratitud por el don que hemos recibido todos de ser pueblo. Esa es la llamada y la vocación primera a la que Dios ha llamado a todos, es la vocación a la hermandad, a la fraternidad. Esto es un clarísimo signo profético en este mundo fratricida. Un regalo que Él, en su gratuidad ha querido conceder a sus hijos; a todos ha concedido la gracia de caminar como un pueblo, como comunidad, como hermanos, participando de su proyecto de amor. Esa es la vocación compartida por todos: participar de un proyecto de amor.

En palabras textuales del Papa insiste que, “nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive”.

Esas son, precisamente, las coordenadas de la vida en la que cada uno está llamado a vivir con esa pasión y profundidad la llamada de Dios a la realización, a la plenitud, al conocimiento serio y profundo del propio ser, para poner en favor de todos los mismos dones que el Señor ha confiado a cada uno. Lo que somos y tenemos tiene una clara dimensión comunitaria, sólo sirve si beneficia a los otros.

Dios ha creado a su pueblo fecundo. Lo ha llenado de dones y carismas con los que cada uno puede trabajar en favor de la esperanza, en este mundo bañado de desesperanza, y en favor de la paz, en este mundo ensangrentado por el horror de la guerra; esa es la llamada a sembrar esperanza y a construir la paz.

El Cuarto Domingo de Pascua se caracteriza, entre otras cosas, porque con ocasión de esta fecha tiene lugar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En el contexto del llamado domingo del Buen Pastor. Este año tiene lugar la 61 Jornada Mundial. En esta edición, por el difícil contexto en que se encuentra el mundo, el Papa Francisco, ha titulado su mensaje: “llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz”.

Vaya que se trata de valores impostergables y llenos de dinamismo. La esperanza es una necesidad vital en este mundo experto en felicidades efímeras y desesperanzado y desesperanzador. Y, de la paz ni qué decir, es crucial en este momento de la historia en el que, por todos lados a lo largo y ancho del mundo, hay letales ataques en contra de la paz. Asistimos al secuestro de la paz y la esperanza.

La insistencia del Papa es a la gratitud por el don que hemos recibido todos de ser pueblo. Esa es la llamada y la vocación primera a la que Dios ha llamado a todos, es la vocación a la hermandad, a la fraternidad. Esto es un clarísimo signo profético en este mundo fratricida. Un regalo que Él, en su gratuidad ha querido conceder a sus hijos; a todos ha concedido la gracia de caminar como un pueblo, como comunidad, como hermanos, participando de su proyecto de amor. Esa es la vocación compartida por todos: participar de un proyecto de amor.

En palabras textuales del Papa insiste que, “nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive”.

Esas son, precisamente, las coordenadas de la vida en la que cada uno está llamado a vivir con esa pasión y profundidad la llamada de Dios a la realización, a la plenitud, al conocimiento serio y profundo del propio ser, para poner en favor de todos los mismos dones que el Señor ha confiado a cada uno. Lo que somos y tenemos tiene una clara dimensión comunitaria, sólo sirve si beneficia a los otros.

Dios ha creado a su pueblo fecundo. Lo ha llenado de dones y carismas con los que cada uno puede trabajar en favor de la esperanza, en este mundo bañado de desesperanza, y en favor de la paz, en este mundo ensangrentado por el horror de la guerra; esa es la llamada a sembrar esperanza y a construir la paz.