/ jueves 18 de abril de 2019

Conoce la historia de Pablo Rodríguez, el bolero más antiguo de Orizaba

Su jornada comienza a las 7:30 u 8 de la mañana y concluye a las 4 o 4:30 de la tarde, todos los días

Orizaba, Ver.- Con 88 años de vida, don Pablo Rodríguez Rojas es el bolero más antiguo de los 20 que ocupan un lugar especial en el Parque Central de este Pueblo Mágico, pues desde hace 40 años llegó a invitación de un amigo que le dijo que ahí podría trabajar, luego de que se acabó el trabajo para él puliendo pisos.

Sentado en el pequeño banco que coloca frente al alto sillón donde se sientan sus clientes, don Pablo, con sus años a cuestas y algunos problemas de sordera se dispone a comenzar un día más de trabajo junto a un pequeño jardín que da hacia la calle Norte 2.

Su jornada comienza a las 7:30 u 8 de la mañana y concluye a las 4 o 4:30 de la tarde, todos los días.

Limpio, vestido con un pantalón y playera de color claro que protege con un mandil guinda, con una media sonrisa en su rostro amable y lleno de arrugas, aguzando el oído para escuchar un poco mejor y con brillo en sus ojos cuando se le pregunta, don Pablo agradece a Dios por darle la oportunidad de vivir un día más y tener la posibilidad de trabajar para comprar lo necesario para vivir.

Recuerda que, de joven se desempeñó como pulidor de pisos donde hubiera trabajo. El día que dejó de haber empleo para él, a la edad de 48 años y con una esposa e hija a quienes mantener, se vio en la necesidad de buscar otra actividad que le diera la oportunidad de obtener el recurso para sacar adelante a su familia.

“No falta el compañero que le dé oportunidad a uno, gracias a Dios entré aquí y desde entonces aquí estoy, porque de un día se acabó el trabajo y a mi edad es difícil encontrar uno”, platica.

Todos los días, don Pablo camina para llegar al parque Central pues vive cerca de la escuela 10 de Mayo.

“Vivo con mi nieta, vengo caminando, paso al mercado a tomar mi desayuno, llego aquí y por la tarde voy por mi taquito y mi café. Para irme a veces tomo un taxi, llegó, me abren la puerta y a descansar”, menciona.

Relata que cuando comenzó a desempeñarse como lustrador de calzado en ese lugar, gobernaba la ciudad el profesor Julio López Silva, todos tenían una silla y su cajón en el que cargaban todo lo que utilizan para asear el calzado y que también les servía de asiento.

Años más tarde, durante la administración del doctor Ángel Escudero, éste les dio los sillones y fue el también ex alcalde Juan Manuel Diez Francos quien colocó toldo a los sillones para que sus clientes se protejan del sol. Los toldos, dijo, se los renuevan cada dos años.

Expresó que antes la gente llegaba con frecuencia a que bolearan sus zapatos, en la actualidad son muchos menos los clientes.

“A veces llegan 15 o 20 personas, hay días en los que solo llegan siete u ocho personas”, por lo que solo sale para comer.

Hace muchos años la boleada de zapatos costaba 50 pesos, “cuando valía el dinero”; ahora cobran 20 pesos, ya no rinde el dinero.

De lo que reúne entre el pago por el aseo del calzado y las propinas que le dejan algunos de sus clientes ahorra una parte para comprar los insumos que necesita para seguir trabajando.

“La grasa cuesta 30 pesos, entonces hay que aumentar un peso más a la boleada”.

Dijo que cada ocho días tiene que comprar los productos y en ello invierte alrededor de 350 pesos.

Los días buenos para él y sus compañeros, dijo, son los sábados y domingos, así como la temporada de vacaciones porque llega más gente al parque. Esos días hay más trabajo, “después de la Semana Santa baja otra vez; aunque sea unas cuatro o cinco boleadas al día salen”, concluyó don Pablo, quien reconoce que le gusta su trabajo porque se distrae, divierte y platica con sus clientes.

Orizaba, Ver.- Con 88 años de vida, don Pablo Rodríguez Rojas es el bolero más antiguo de los 20 que ocupan un lugar especial en el Parque Central de este Pueblo Mágico, pues desde hace 40 años llegó a invitación de un amigo que le dijo que ahí podría trabajar, luego de que se acabó el trabajo para él puliendo pisos.

Sentado en el pequeño banco que coloca frente al alto sillón donde se sientan sus clientes, don Pablo, con sus años a cuestas y algunos problemas de sordera se dispone a comenzar un día más de trabajo junto a un pequeño jardín que da hacia la calle Norte 2.

Su jornada comienza a las 7:30 u 8 de la mañana y concluye a las 4 o 4:30 de la tarde, todos los días.

Limpio, vestido con un pantalón y playera de color claro que protege con un mandil guinda, con una media sonrisa en su rostro amable y lleno de arrugas, aguzando el oído para escuchar un poco mejor y con brillo en sus ojos cuando se le pregunta, don Pablo agradece a Dios por darle la oportunidad de vivir un día más y tener la posibilidad de trabajar para comprar lo necesario para vivir.

Recuerda que, de joven se desempeñó como pulidor de pisos donde hubiera trabajo. El día que dejó de haber empleo para él, a la edad de 48 años y con una esposa e hija a quienes mantener, se vio en la necesidad de buscar otra actividad que le diera la oportunidad de obtener el recurso para sacar adelante a su familia.

“No falta el compañero que le dé oportunidad a uno, gracias a Dios entré aquí y desde entonces aquí estoy, porque de un día se acabó el trabajo y a mi edad es difícil encontrar uno”, platica.

Todos los días, don Pablo camina para llegar al parque Central pues vive cerca de la escuela 10 de Mayo.

“Vivo con mi nieta, vengo caminando, paso al mercado a tomar mi desayuno, llego aquí y por la tarde voy por mi taquito y mi café. Para irme a veces tomo un taxi, llegó, me abren la puerta y a descansar”, menciona.

Relata que cuando comenzó a desempeñarse como lustrador de calzado en ese lugar, gobernaba la ciudad el profesor Julio López Silva, todos tenían una silla y su cajón en el que cargaban todo lo que utilizan para asear el calzado y que también les servía de asiento.

Años más tarde, durante la administración del doctor Ángel Escudero, éste les dio los sillones y fue el también ex alcalde Juan Manuel Diez Francos quien colocó toldo a los sillones para que sus clientes se protejan del sol. Los toldos, dijo, se los renuevan cada dos años.

Expresó que antes la gente llegaba con frecuencia a que bolearan sus zapatos, en la actualidad son muchos menos los clientes.

“A veces llegan 15 o 20 personas, hay días en los que solo llegan siete u ocho personas”, por lo que solo sale para comer.

Hace muchos años la boleada de zapatos costaba 50 pesos, “cuando valía el dinero”; ahora cobran 20 pesos, ya no rinde el dinero.

De lo que reúne entre el pago por el aseo del calzado y las propinas que le dejan algunos de sus clientes ahorra una parte para comprar los insumos que necesita para seguir trabajando.

“La grasa cuesta 30 pesos, entonces hay que aumentar un peso más a la boleada”.

Dijo que cada ocho días tiene que comprar los productos y en ello invierte alrededor de 350 pesos.

Los días buenos para él y sus compañeros, dijo, son los sábados y domingos, así como la temporada de vacaciones porque llega más gente al parque. Esos días hay más trabajo, “después de la Semana Santa baja otra vez; aunque sea unas cuatro o cinco boleadas al día salen”, concluyó don Pablo, quien reconoce que le gusta su trabajo porque se distrae, divierte y platica con sus clientes.

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