Orizaba, Ver.- El firmamento de la madrugada del 28 de agosto de 1973 presentaba una brillantez anómala, podría decirse que enfermiza. Se sentía el silencio sepulcral, extraño, cargado de un presentimiento siniestro. Cuando reloj marcaba las 3:50, el subsuelo de las Altas Montañas comenzó a moverse como un dinosaurio saliendo de su sopor. Minutos después, la zona fabril se había paralizado: Ocurrió el terremoto más grande de la historia, hace 50 años.
El sismo de que de acuerdo con el Servicio Sismológico Nacional (SSN) fue de casi 7.3 grados y duró casi 2 minutos, dejó tras su paso, destrucción y luto entre las familias que murieron bajo los escombros. El terremoto de 1973 había causado la muerte de 539 personas, destruido iglesias, hospitales, escuelas, viviendas, y todo lo construido que encontró a su paso.
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Provocó también que las fábricas suspendieran su producción y, que los obreros de las empresas textiles, papeleras y cerveceras abandonaran las fuentes de empleo para correr en busca de sus hijos y esposas.
Antes de iniciar el sismo, en el cielo una luz roja inundó el firmamento acompañada de ruidos extraños que anunciaban muerte y destrucción en el Valle de Orizaba.
Sobreviviente del temblor de 1973 de Orizaba narra experiencia
Francisco, vecino del patio 3 de mayo, ubicado al pie del cerro del Borrego recuerda: “Mi padre aún vivía y durante el temblor me llevó al marco de la puerta para protegerme, mientras mi madre hacía lo suyo con mis hermanos que metió debajo de una mesa de hierro, que el abuelo le había regalado en el día de su boda.
Las luces se apagaron, los cables de luz chicotearon y fueron segundos y minutos en los que la muerte acechaba a los hogares de la región. Y en el edificio de la Packar de Oriente 6, cuando los inquilinos de los departamentos salían al balcón para observar la destrucción parcial de la ciudad, la construcción de vino abajo y ahí fallecieron algunos vecinos.
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Los diarios informaron que habían fallecido 300 veracruzanos, y existían desparecidos, pero en esos momentos lo más importantes era prestar ayuda a las familias damnificadas, las que entre escombros buscaban a los hijos, las esposas, y familiares que quedaron atrapados en las construcciones que se desplomaron como si estuvieran construidas de galletas.
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Las estaciones de radio dejaron de emitir la señal y, solo se escuchaba el ulular de las ambulancias, patrullas de la policía y vehículos del Ejército, que había llegado a ayudar a los que habían perdido su patrimonio.
Hay historias de héroes anónimos que arriesgaron su vida, para salvar la de otros. Nunca los reconocieron ni en vida ni ahora ya muertos.
Como siempre, de entre las cenizas como el ave Fénix, el pueblo comenzó a levantarse para construir otra gran ciudad que es la que hoy disfrutamos, “sin embargo, solo valoramos cuando se sufre una desgracia como la de aquel 28 de agosto de 1973”, concluye Francisco.