/ domingo 11 de abril de 2021

Relatos Dominicales: Daniel no duerme, no tiene paz y la culpa es la razón

En esta entrega Miguel Valera nos cuenta sobre la vida de un hombre que manejaba una pipa de agua y provocó un accidente en Lázaro Cárdenas, donde perdió la vida 4 personas

Xalapa, Ver.-Daniel lleva meses sin dormir bien. Sufre de un insomnio profundo. Se refugió en las cervezas, en el ron y en el Tonayán, un licor de caña, que compra por galones de 25 pesos y que combina con refresco de toronja.

Embrutecido por el alcohol, Daniel logra conciliar el sueño y aunque despierta crudo, atarantado por los efectos de esta droga que enaltece las funciones del cerebro, sólo así puede estar tranquilo.

Como el Daniel de la corte babilónica del rey Nabucodonosor, Daniel no sueña en el foso de los leones, a quien Dios cerró las fauces para demostrar su fidelidad al profeta en contra de los intrigosos que lo perseguían. No. Daniel el de Pacho Viejo, una comunidad del municipio de Coatepec, piensa en el día en que venía jugando carreritas en su pipa cargada con 10 mil litros de agua en la Avenida Lázaro Cárdenas de Xalapa.

Justo cruzando el puente donde confluyen las avenidas Maestros Veracruzanos y Américas y antes de llegar a la parte trasera de la CAXA, no pudo detener la unidad y se estampó contra un Chevy en el que viajaban cuatro personas, entre ellos una niña de brazos. Daniel se quedó pasmado, paralizado. Pudo bajarse, sacar la manguera del agua, detener las llamas, pero no. Estaba conmocionado y no hizo nada, salvo salvar su pellejo, al declarar que se había quedado sin frenos.

II

Todo ocurrió muy rápido, piensa, tratando de justificarse. Fue un 21 de diciembre de 2016, apenas a unos días de la Navidad. En sueños o en lapsus de delirium tremens —por los efectos del alcohol— Daniel ve delante de su unidad, sobre el Chevy, a tres adultos retorcerse, crepitando, por el fuego que calcina su carne, sus rostros.

En algunas ocasiones le llega el olor de los cuerpos chamuscados. —Nunca olvidaré ese olor. No es el chamusquín de las llantas de un vehículo, ni de la carroza, no es el olor de un trozo de carne de res, de cerdo, de pollo o de venado sobre el asador. No, es algo totalmente diferente. Si alguna vez hueles la carne de humano nunca se te olvidará. Además, es algo que duele y si la hueles una vez nunca la olvidarás, ha comentado a sus amigos.

Aunque los peritajes, por la intervención de sus patrones, estuvieron a su favor y su declaración de que “se quedó sin frenos” fue aceptada para determinar que se trató de un accidente y por lo tanto de un homicidio culposo y no doloso, porque no tuvo la intención de matarlos, a Daniel lo persiguen esas imágenes que no lo dejan dormir.

III

Daniel sabía que venía jugando carreritas, que la pesada pipa sí traía frenos, pero eso sólo se lo contó a su jefe y dejó que él se encargara del resto. Con su historia consiguió resolver el problema legal, pero jamás se imaginó que la culpa lo perseguiría no sólo de día, también por las noches.

Aunque al poco tiempo salió de esa empresa, Daniel sigue manejando, porque esa es su profesión y su destino. Desde ese fatal accidente, se ha vuelto más precavido, pero de pronto, por los efectos del alcohol, que utiliza para conciliar el sueño, ha visto a un hombre, dos mujeres y una niña saludarlo desde un Chevy y perderse entre el tráfico citadino.

Daniel sabe que la culpa lo persigue y que no existe nada que pueda contenerla. La culpa es como un cáncer, va consumiendo célula por célula, se expande, carcome, destruye el alma y genera un insomnio eterno. —No sabes cuánto me gustaría dormir tranquilo, me dice, mientras le sirvo un Ron Añejo Villa Rica, Ultra Premium 23 Years que un día me regaló el buen Aldo Valerio.

—Paladéalo, le digo. Disfrútalo así, sólo con hielo o este chorrito de agua mineral. Si quieres te lo pinto con un poco de coca cola, porque este es un ron gourmet veracruzano, único, “superior aged”, le digo en mi mal inglés. Daniel no entiende mucho de licores, para él el Tonayán jalisciense está bien.

IV

A Daniel no le cuento que conozco a la familia que falleció calcinada ese tremendo 21 de diciembre de 2016, que salieron a una consulta médica y que después irían a comprar regalos de Navidad. No le digo del sufrimiento, del dolor de toda la familia y sobre todo de los deseos de venganza que guardan. Mientras me cuenta esto, pienso también en el dolor de Juan Antonio Nemi Dib, gran amigo, quien recientemente contó el sufrimiento que vivió a lo largo de seis años, por unos políticos desalmados.

“La venganza no sirve para nada”, dijo Nemi en una conferencia de prensa reciente. Es cierto, la venganza no sirve para nada, pero la familia de estas cuatro personas que murieron calcinadas por el descuido de Daniel, no piensa lo mismo. Me han dicho que lo conocen, que saben donde vive, que saben dónde trabaja y quizá esperan el momento oportuno, porque saben que, si la justicia no funciona en este país, quizá la vengan sí.

No quiero pensar en nada más. El añejo Villa Rica ya empieza a causarme efectos. Apuro el último trago y busco la manera de despedirme de Daniel. Quizá pedirles perdón funcione, le digo o igual no sé qué decirle. Igual sigue emborrachándote, quizá acabar contigo sea la mejor manera de solucionar todo, pienso, mientras de un trago me deslizo este Handcrafted.

Xalapa, Ver.-Daniel lleva meses sin dormir bien. Sufre de un insomnio profundo. Se refugió en las cervezas, en el ron y en el Tonayán, un licor de caña, que compra por galones de 25 pesos y que combina con refresco de toronja.

Embrutecido por el alcohol, Daniel logra conciliar el sueño y aunque despierta crudo, atarantado por los efectos de esta droga que enaltece las funciones del cerebro, sólo así puede estar tranquilo.

Como el Daniel de la corte babilónica del rey Nabucodonosor, Daniel no sueña en el foso de los leones, a quien Dios cerró las fauces para demostrar su fidelidad al profeta en contra de los intrigosos que lo perseguían. No. Daniel el de Pacho Viejo, una comunidad del municipio de Coatepec, piensa en el día en que venía jugando carreritas en su pipa cargada con 10 mil litros de agua en la Avenida Lázaro Cárdenas de Xalapa.

Justo cruzando el puente donde confluyen las avenidas Maestros Veracruzanos y Américas y antes de llegar a la parte trasera de la CAXA, no pudo detener la unidad y se estampó contra un Chevy en el que viajaban cuatro personas, entre ellos una niña de brazos. Daniel se quedó pasmado, paralizado. Pudo bajarse, sacar la manguera del agua, detener las llamas, pero no. Estaba conmocionado y no hizo nada, salvo salvar su pellejo, al declarar que se había quedado sin frenos.

II

Todo ocurrió muy rápido, piensa, tratando de justificarse. Fue un 21 de diciembre de 2016, apenas a unos días de la Navidad. En sueños o en lapsus de delirium tremens —por los efectos del alcohol— Daniel ve delante de su unidad, sobre el Chevy, a tres adultos retorcerse, crepitando, por el fuego que calcina su carne, sus rostros.

En algunas ocasiones le llega el olor de los cuerpos chamuscados. —Nunca olvidaré ese olor. No es el chamusquín de las llantas de un vehículo, ni de la carroza, no es el olor de un trozo de carne de res, de cerdo, de pollo o de venado sobre el asador. No, es algo totalmente diferente. Si alguna vez hueles la carne de humano nunca se te olvidará. Además, es algo que duele y si la hueles una vez nunca la olvidarás, ha comentado a sus amigos.

Aunque los peritajes, por la intervención de sus patrones, estuvieron a su favor y su declaración de que “se quedó sin frenos” fue aceptada para determinar que se trató de un accidente y por lo tanto de un homicidio culposo y no doloso, porque no tuvo la intención de matarlos, a Daniel lo persiguen esas imágenes que no lo dejan dormir.

III

Daniel sabía que venía jugando carreritas, que la pesada pipa sí traía frenos, pero eso sólo se lo contó a su jefe y dejó que él se encargara del resto. Con su historia consiguió resolver el problema legal, pero jamás se imaginó que la culpa lo perseguiría no sólo de día, también por las noches.

Aunque al poco tiempo salió de esa empresa, Daniel sigue manejando, porque esa es su profesión y su destino. Desde ese fatal accidente, se ha vuelto más precavido, pero de pronto, por los efectos del alcohol, que utiliza para conciliar el sueño, ha visto a un hombre, dos mujeres y una niña saludarlo desde un Chevy y perderse entre el tráfico citadino.

Daniel sabe que la culpa lo persigue y que no existe nada que pueda contenerla. La culpa es como un cáncer, va consumiendo célula por célula, se expande, carcome, destruye el alma y genera un insomnio eterno. —No sabes cuánto me gustaría dormir tranquilo, me dice, mientras le sirvo un Ron Añejo Villa Rica, Ultra Premium 23 Years que un día me regaló el buen Aldo Valerio.

—Paladéalo, le digo. Disfrútalo así, sólo con hielo o este chorrito de agua mineral. Si quieres te lo pinto con un poco de coca cola, porque este es un ron gourmet veracruzano, único, “superior aged”, le digo en mi mal inglés. Daniel no entiende mucho de licores, para él el Tonayán jalisciense está bien.

IV

A Daniel no le cuento que conozco a la familia que falleció calcinada ese tremendo 21 de diciembre de 2016, que salieron a una consulta médica y que después irían a comprar regalos de Navidad. No le digo del sufrimiento, del dolor de toda la familia y sobre todo de los deseos de venganza que guardan. Mientras me cuenta esto, pienso también en el dolor de Juan Antonio Nemi Dib, gran amigo, quien recientemente contó el sufrimiento que vivió a lo largo de seis años, por unos políticos desalmados.

“La venganza no sirve para nada”, dijo Nemi en una conferencia de prensa reciente. Es cierto, la venganza no sirve para nada, pero la familia de estas cuatro personas que murieron calcinadas por el descuido de Daniel, no piensa lo mismo. Me han dicho que lo conocen, que saben donde vive, que saben dónde trabaja y quizá esperan el momento oportuno, porque saben que, si la justicia no funciona en este país, quizá la vengan sí.

No quiero pensar en nada más. El añejo Villa Rica ya empieza a causarme efectos. Apuro el último trago y busco la manera de despedirme de Daniel. Quizá pedirles perdón funcione, le digo o igual no sé qué decirle. Igual sigue emborrachándote, quizá acabar contigo sea la mejor manera de solucionar todo, pienso, mientras de un trago me deslizo este Handcrafted.

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