/ domingo 21 de marzo de 2021

Relato: de tenerlo todo a…perderlo

En esta entrega Miguel Valera nos cuenta sobre un hombre que con su trabajo logró hacer crecer su granja, pero el destino le quito todo antes que la muerte

Xalapa, Ver.-Era un viejo duro, de carácter fuerte, malhablado y siempre viajaba con una “niña” a su lado, cubierta por una franela roja o gris.

Sí, así le decía a la pistola que llevaba a la mano, cerca, junto a la gran palanca con dual del camión de carga que manejaba hasta la Ciudad de México con ganado que subíamos a punta de puyazos eléctricos. Nunca supe cuántas veces la disparó.

Recuerdo cuando pasaba de madrugada por mí a la casa de mis padres. Los gallos aún dormían en las ramas de los árboles. Algunas veces hacía frío y yo salía con una camisa de manga larga que mi madre me dejaba lista, para que el zacate o el forraje del silo no me cortaran los brazos. Adormilado, me subía a la camioneta. No me decía nada, era hombre de pocas palabras.

En el camino veía cómo conejos o aves nocturnas se cruzaban en la terracería y me impresionaba una higuera, solitaria, pero majestuosa, que a campo abierto me parecía un monstruo emergiendo de las entrañas de la tierra, cubierto por la neblina e iluminado por una luna tenue o brillante, según el día que se tratara.

Era apenas un niño pero mi trabajo en el rancho La Cuartana consistía en abrir las trancas para que pasara la camioneta. Llegando al rancho me ponía una canasta al hombro y me sumergía en una alberca de forraje de cañas y hojas de maíz, que mezcladas con melaza eran un banquete para los animales. Luego de dejar el alimento en los comederos ayudaba a los ordeñadores con los becerros, a quienes cruelmente les dejaban por unos minutos las ubres maternas para luego, separarlos con un bozal.

II

Al terminar la jornada matutina regresaba a casa con una garrafa de leche a desayunar las enchiladas más ricas que nunca más he vuelto a probar en mi vida. El viejo Marcos López era una referencia en la familia y en el pueblo. Mi padre y la mayoría de mis hermanos trabajaron con él.

Con trabajo y dedicación construyó un imperio ganadero. Era un cabrón, tenía que serlo para sobrevivir, pero creo que era un hombre bueno. Además de los viajes de trabajo matutinos a los que me invitaba, en el mes de diciembre me pedía que limpiara el corral para el festejo navideño.

Me pasaba horas y horas quitando la inmundicia vacuna de las piedras con la que estaba tapizado el rancho. Terminaba exhausto, pero la fiesta lo valía. Desde muy temprano ponían en la parrilla las chuletas sazonadas con sal de mar y jugo de naranja, que eran una delicia. Junto a las cajas multicolores de refrescos Ok, Titán, Orange Crush y Zaraza Vargas, cajas y cajas de Grand Old Parr 12 años, cuyo sabor paladee muchos años después, cuando ya mayor, me vinieron de sopetón todos estos recuerdos.

III

Las fiestas navideñas en La Cuartana eran memorables. El hombre era generoso con sus amigos, familiares y trabajadores. Cuando sus hijas, hijos y esposa le acompañaban, la fotografía parecía sacada de una película, con la luz detrás de su sombrero y sus cabellos, en cámara lenta, como si el tiempo se hubiera detenido.

Recuerdo esas fiestas, pero también las largas jornadas de trabajo, su carácter, sus gritos, la firmeza de sus instrucciones y sus frases memorables como aquella de “llegando a los 90 te compones”, para referir que hay conductas que sólo se corregirán con los años o con la muerte.

Salí de mi pueblo a los 14 años, viajé por el mundo, pero siempre que hay sobre mi mesa una chuleta bañada en naranja y una copa de Old Parr 12 años, recuerdo al viejo Marcos López, al hombre, que después de mi padre, me enseñó a trabajar en el campo.

Supe, por las historias que me llegan de vez en vez, que perdió todo, sus ranchos, sus hijos y su familia. Me contaron que murió solo, ciego y abandonado en el pueblo en donde el 3 de marzo de 1832 Antonio López de Santa Anna perdió una batalla de seis horas, con 112 muertos y cientos de heridos y prisioneros.

IV

Marcos López fue un hombre de su tiempo. Vivió como quiso. Construyó un imperio ganadero con sudor y sangre y lo perdió todo antes de que la muerte se lo arrebatara. De lo que hizo o no hizo, yo no lo juzgo. ¿Quién soy yo para juzgar? Cada quien vive su vida como puede, cada quien carga la cruz de su parroquia y lucha con sus propios demonios o fantasmas. Yo lo único que recuerdo de él es que fue un hombre que me enseñó a trabajar, a ganarme unos centavos y que creyó que podía salir del potero y de la ordeña.

Hoy que es 3 de marzo de 2021 y que Mario Jesús Gaspar Cobarruvias me recordó la Batalla de Tolome, la primera de las cuatro de la guerra civil que azotó a México en 1832, me vino a la memoria la vida de Marcos López, el hombre que conocí siendo un niño y de quien me hubiera gustado despedirme.

Xalapa, Ver.-Era un viejo duro, de carácter fuerte, malhablado y siempre viajaba con una “niña” a su lado, cubierta por una franela roja o gris.

Sí, así le decía a la pistola que llevaba a la mano, cerca, junto a la gran palanca con dual del camión de carga que manejaba hasta la Ciudad de México con ganado que subíamos a punta de puyazos eléctricos. Nunca supe cuántas veces la disparó.

Recuerdo cuando pasaba de madrugada por mí a la casa de mis padres. Los gallos aún dormían en las ramas de los árboles. Algunas veces hacía frío y yo salía con una camisa de manga larga que mi madre me dejaba lista, para que el zacate o el forraje del silo no me cortaran los brazos. Adormilado, me subía a la camioneta. No me decía nada, era hombre de pocas palabras.

En el camino veía cómo conejos o aves nocturnas se cruzaban en la terracería y me impresionaba una higuera, solitaria, pero majestuosa, que a campo abierto me parecía un monstruo emergiendo de las entrañas de la tierra, cubierto por la neblina e iluminado por una luna tenue o brillante, según el día que se tratara.

Era apenas un niño pero mi trabajo en el rancho La Cuartana consistía en abrir las trancas para que pasara la camioneta. Llegando al rancho me ponía una canasta al hombro y me sumergía en una alberca de forraje de cañas y hojas de maíz, que mezcladas con melaza eran un banquete para los animales. Luego de dejar el alimento en los comederos ayudaba a los ordeñadores con los becerros, a quienes cruelmente les dejaban por unos minutos las ubres maternas para luego, separarlos con un bozal.

II

Al terminar la jornada matutina regresaba a casa con una garrafa de leche a desayunar las enchiladas más ricas que nunca más he vuelto a probar en mi vida. El viejo Marcos López era una referencia en la familia y en el pueblo. Mi padre y la mayoría de mis hermanos trabajaron con él.

Con trabajo y dedicación construyó un imperio ganadero. Era un cabrón, tenía que serlo para sobrevivir, pero creo que era un hombre bueno. Además de los viajes de trabajo matutinos a los que me invitaba, en el mes de diciembre me pedía que limpiara el corral para el festejo navideño.

Me pasaba horas y horas quitando la inmundicia vacuna de las piedras con la que estaba tapizado el rancho. Terminaba exhausto, pero la fiesta lo valía. Desde muy temprano ponían en la parrilla las chuletas sazonadas con sal de mar y jugo de naranja, que eran una delicia. Junto a las cajas multicolores de refrescos Ok, Titán, Orange Crush y Zaraza Vargas, cajas y cajas de Grand Old Parr 12 años, cuyo sabor paladee muchos años después, cuando ya mayor, me vinieron de sopetón todos estos recuerdos.

III

Las fiestas navideñas en La Cuartana eran memorables. El hombre era generoso con sus amigos, familiares y trabajadores. Cuando sus hijas, hijos y esposa le acompañaban, la fotografía parecía sacada de una película, con la luz detrás de su sombrero y sus cabellos, en cámara lenta, como si el tiempo se hubiera detenido.

Recuerdo esas fiestas, pero también las largas jornadas de trabajo, su carácter, sus gritos, la firmeza de sus instrucciones y sus frases memorables como aquella de “llegando a los 90 te compones”, para referir que hay conductas que sólo se corregirán con los años o con la muerte.

Salí de mi pueblo a los 14 años, viajé por el mundo, pero siempre que hay sobre mi mesa una chuleta bañada en naranja y una copa de Old Parr 12 años, recuerdo al viejo Marcos López, al hombre, que después de mi padre, me enseñó a trabajar en el campo.

Supe, por las historias que me llegan de vez en vez, que perdió todo, sus ranchos, sus hijos y su familia. Me contaron que murió solo, ciego y abandonado en el pueblo en donde el 3 de marzo de 1832 Antonio López de Santa Anna perdió una batalla de seis horas, con 112 muertos y cientos de heridos y prisioneros.

IV

Marcos López fue un hombre de su tiempo. Vivió como quiso. Construyó un imperio ganadero con sudor y sangre y lo perdió todo antes de que la muerte se lo arrebatara. De lo que hizo o no hizo, yo no lo juzgo. ¿Quién soy yo para juzgar? Cada quien vive su vida como puede, cada quien carga la cruz de su parroquia y lucha con sus propios demonios o fantasmas. Yo lo único que recuerdo de él es que fue un hombre que me enseñó a trabajar, a ganarme unos centavos y que creyó que podía salir del potero y de la ordeña.

Hoy que es 3 de marzo de 2021 y que Mario Jesús Gaspar Cobarruvias me recordó la Batalla de Tolome, la primera de las cuatro de la guerra civil que azotó a México en 1832, me vino a la memoria la vida de Marcos López, el hombre que conocí siendo un niño y de quien me hubiera gustado despedirme.

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