/ miércoles 28 de febrero de 2024

La libertad de prensa es parte de la democracia

Hay momentos en que los mexicanos no sabemos si nosotros no entendemos la política o si la política mexicana no se puede entender. Solo los psiquiatras podrían decir si estamos viviendo una alucinación o una locura. Es cierto que la política siempre ha convivido con la ficción y ello no debe alarmarnos. Pero lo insoportable es la mala ficción.

La torpe, la descuidada, la fodonga. La que carece de elegancia y refinamiento.

La ficción puede ser buena o puede ser mala. Santa Claus y el Coco son fingidos, pero necesarios. El personaje navideño ayuda al entusiasmo y el callejero al comportamiento. Los dos sirven muchísimo.

Pero la actual Guardia Nacional o la antigua banca nacionalizada no le sirvieron para nada ni a sus autores.

La IV regla de la política ficción dicta que la ficción no se la crea su autor. Que no prometa y luego se ilusione. Que no amenace y luego se asuste. Que no invente y luego se engañe. Que no se pierdan sus propios manicomios. Que el autor no invente su grandeza, su pureza o su fortaleza y luego se engañe hasta creerse fuerte, puro o grandioso.

Existen dos estilos de concebir y de practicar la política. Uno de ellos está basado en lo imaginario. En lo que ya pasó o en lo que aún no existe. En lo que solo es un deseo o un afecto y lo que solo es una repulsión o un odio. A fin de cuentas, en lo que no tiene una consecuencia práctica. Este estilo ha recibido el nombre de "política ficción".

El otro estilo, por el contrario, se basa en referentes reales y concretos, muy especialmente en lo que beneficia o en lo que perjudica.

En ocasiones se confunde nuestra ficción y nuestra realidad. En algunos momentos la política mexicana llegó a ser muy rica. Todos respetaron el mandato constitucional de sucesión, en tiempo y forma.

Respetando una fórmula convertida en dogma de política: la no reelección y la no delegación del poder. Las ideas políticas son el mejor ingrediente del poder político. Sin embargo, hoy no puedo imaginar y ni siquiera suponer el futuro político de México. Los sedientos del desierto viven en el espejismo que los lleva a beber la arena, no porque crean que es agua, sino porque tienen necesidad de beber lo que sea. Yo he visto hambrientos comer periódico, no porque lo crean comida, sino porque tienen la imperiosa exigencia de ingerir algo. Los pueblos desesperados eligen lo que sea, no por idiotas, sino por ansia descontrolada.

Me consuela para el porvenir que yo confío mucho en los jóvenes. Ellos tienen una idea muy clara de lo que quieren. Y creo que lo que desean no es malo. Quieren vivir con seguridad, quieren que los gobernantes ya no les mientan y quieren que éste sea un país más civilizado.

No están enojados ya que su pasado no proviene de una tiranía. Pero sí están encabronados porque su futuro proviene de un fracaso.

Uno de los grandes problemas a los que solemos enfrentarnos es saber distinguir la verdad entre la bruma del engaño y la mentira. No hay día en el que nuestra inteligencia y el buen juicio se someta a la duda, al ejercicio de colocar en la balanza de la verdad o la mentira aquello que percibimos, todo aquello que leemos y escuchamos en lo cotidiano. Quizá la experiencia y los difíciles momentos del desengaño nos han permitido elegir a quienes les dejamos en prenda nuestra confianza y las certezas. Es tan necesario creer en alguien que, cuando se establece ese pacto, se pone en juego la ética y la integridad de quienes sellan las palabras con el peso de confianza.


Hay momentos en que los mexicanos no sabemos si nosotros no entendemos la política o si la política mexicana no se puede entender. Solo los psiquiatras podrían decir si estamos viviendo una alucinación o una locura. Es cierto que la política siempre ha convivido con la ficción y ello no debe alarmarnos. Pero lo insoportable es la mala ficción.

La torpe, la descuidada, la fodonga. La que carece de elegancia y refinamiento.

La ficción puede ser buena o puede ser mala. Santa Claus y el Coco son fingidos, pero necesarios. El personaje navideño ayuda al entusiasmo y el callejero al comportamiento. Los dos sirven muchísimo.

Pero la actual Guardia Nacional o la antigua banca nacionalizada no le sirvieron para nada ni a sus autores.

La IV regla de la política ficción dicta que la ficción no se la crea su autor. Que no prometa y luego se ilusione. Que no amenace y luego se asuste. Que no invente y luego se engañe. Que no se pierdan sus propios manicomios. Que el autor no invente su grandeza, su pureza o su fortaleza y luego se engañe hasta creerse fuerte, puro o grandioso.

Existen dos estilos de concebir y de practicar la política. Uno de ellos está basado en lo imaginario. En lo que ya pasó o en lo que aún no existe. En lo que solo es un deseo o un afecto y lo que solo es una repulsión o un odio. A fin de cuentas, en lo que no tiene una consecuencia práctica. Este estilo ha recibido el nombre de "política ficción".

El otro estilo, por el contrario, se basa en referentes reales y concretos, muy especialmente en lo que beneficia o en lo que perjudica.

En ocasiones se confunde nuestra ficción y nuestra realidad. En algunos momentos la política mexicana llegó a ser muy rica. Todos respetaron el mandato constitucional de sucesión, en tiempo y forma.

Respetando una fórmula convertida en dogma de política: la no reelección y la no delegación del poder. Las ideas políticas son el mejor ingrediente del poder político. Sin embargo, hoy no puedo imaginar y ni siquiera suponer el futuro político de México. Los sedientos del desierto viven en el espejismo que los lleva a beber la arena, no porque crean que es agua, sino porque tienen necesidad de beber lo que sea. Yo he visto hambrientos comer periódico, no porque lo crean comida, sino porque tienen la imperiosa exigencia de ingerir algo. Los pueblos desesperados eligen lo que sea, no por idiotas, sino por ansia descontrolada.

Me consuela para el porvenir que yo confío mucho en los jóvenes. Ellos tienen una idea muy clara de lo que quieren. Y creo que lo que desean no es malo. Quieren vivir con seguridad, quieren que los gobernantes ya no les mientan y quieren que éste sea un país más civilizado.

No están enojados ya que su pasado no proviene de una tiranía. Pero sí están encabronados porque su futuro proviene de un fracaso.

Uno de los grandes problemas a los que solemos enfrentarnos es saber distinguir la verdad entre la bruma del engaño y la mentira. No hay día en el que nuestra inteligencia y el buen juicio se someta a la duda, al ejercicio de colocar en la balanza de la verdad o la mentira aquello que percibimos, todo aquello que leemos y escuchamos en lo cotidiano. Quizá la experiencia y los difíciles momentos del desengaño nos han permitido elegir a quienes les dejamos en prenda nuestra confianza y las certezas. Es tan necesario creer en alguien que, cuando se establece ese pacto, se pone en juego la ética y la integridad de quienes sellan las palabras con el peso de confianza.